Sophie Lionnet, tenía 21 años cuando fue brutalmente asesinada por sus empleadores quienes la asesinaron en su casa y quemaron el cuerpo en su jardín (Shutterstock)
Sophie y sus melancólicos ojos verdes. Sophie y su sonrisa tímida. Sophie y su suave acento francés. Sophie y su largo pelo castaño ondulado.
Hablamos de Sophie Lionnet, una joven francesa que con 20 años llegó en enero de 2016 a Gran Bretaña cargada de ilusiones. Dejaba atrás a su familia y a la ciudad de Troyes, en Francia, creyendo que iba aprender muy buen inglés y viajar un poco. Su destino era la mágica y cosmopolita Londres, donde haría de niñera de dos pequeños en una casona inglesa con jardín. Pero todo salió mal. Y Sophie cayó en el lado más oscuro del mundo que ansiaba conocer.
El sueño de Sophie
Hija de un jardinero llamado Patrick Lionnet (que hoy tiene 58 años) y de Catherine Devallonne (51 años y hoy divorciada de Patrick), Sophie había nacido en el municipio al noreste de Francia, en una zona rural. Creció entre Auxerre y Sens en una familia de origen humilde. Amaba los caballos, patinar sobre hielo, los juegos de video y el cine. Desde muy pequeña demostró tener un alma altruista: le preocupaban los niños, los animales y el cambio climático. Por eso participaba de un grupo que producía documentales sobre cuestiones sociales y políticas en Europa. Eso incluía los derechos de los animales, el cuidado de los perros abandonados, tratar de conseguir una ley para evitar que se le dispare a los pájaros, detener el comercio del marfil para terminar con la matanza de elefantes. Decía que su gran batalla era combatir todo tipo de violencia. Irónicamente, Sophie no podría pelear por su propia vida.
Quería conocer el mundo, hablar bien inglés y recuperarse afectivamente: acababa de terminar una larga relación amorosa. La idea de trabajar como babysitter le cerraba por todos lados.
Cuando le ofrecieron un empleo para cuidar dos chicos de una familia de alto poder adquisitivo en el corazón de la majestuosa Londres, no dudó. Decidió irse a probar suerte.
La pareja que la había contratado era de nacionalidad francesa y origen argelino. Sabrina Kouider tenía 35 años, era make up artist (maquilladora de celebridades), compositora y diseñadora de modas. Ouissem Medouni tenía 40, se había recibido en la Universidad de París y se desempeñaba como analista financiero en un banco. El trabajo de Sophie consistiría en cuidar dos niños: el mayor G. de 6 años, hijo de Sabrina con una pareja anterior (el billonario empresario de la música, Mark Walton, fundador de la exitosa banda irlandesa Boyzone) y K. una bebé de 3 años, fruto de su relación con Medouni.
El 31 de diciembre de 2015, un par de días antes de partir a su aventura británica, Sophie le dijo a su prima Melaine que estaba muy orgullosa por animarse a este cambio.
La llegada
Apenas llegó quedó impactada por la lujosa propiedad con jardín en que el matrimonio vivía en esa ciudad donde el metro cuadrado cotizaba altísimo. La casa estaba ubicada en el barrio chic de Southfields, en el sudoeste de Londres, sobre la calle Wimbledon Park Road y tenía un valor de mercado de un millón de libras esterlinas.
Sus patrones estaban muy relacionados con el mundo de la música, la moda y las finanzas. Sabrina se mostraba muy desenvuelta, se reía sonoramente y siempre alardeaba de sus relaciones con el universo glamoroso. Ouissem, por el contrario, sonreía poco y parecía sumiso frente a sus caprichos.
Sophie dormiría en lo que era el escritorio, una pequeña y oscura habitación. Allí ordenó los libros que llevaba de Harry Potter, su lectura preferida. Los chicos parecían tranquilos y no le daban demasiado trabajo.
Todo arrancó bastante bien mientras Sophie daba sus primeros pasos fuera de su hogar familiar. Pero los tiempos serenos serían breves. Pronto los gritos destemplados de Sabrina la harían despertar sobresaltada de ese maravilloso sueño en el que se creía inmersa.
Peligrosas obsesiones
Sabrina, una morocha sexy y ambiciosa, había llegado a Londres muchos años antes que Sophie, en el año 2004, también como niñera. Para ganarse la vida había hecho de todo: cuidar chicos, trabajar en el correo y vender crêpes… hasta que logró introducirse en el mundo que deseaba: el planeta fashion. Como make up artist consiguió lo que anhelaba: codearse con famosos y artistas. Además, intentaba ser diseñadora de modas y seguir escribiendo canciones. Tuvo éxito y la empezaron a invitar a eventos con cierto glam. Así fue que adquirió un perfil más alto y empezó a usar vestidos ajustados y brillantes, alhajas llamativas, carteras de marca e impecable maquillaje. Sabrina conseguía lo que se proponía pero siempre quería más.
Después de tener su primer hijo con el músico Mark Walton, esa relación se desmoronó. Con Ouissem las cosas iban y venían desde hacía muchos años. Lo había conocido en una feria de atracciones en 2001, en Francia, cuando ella tenía solo 18 años. Ouissem se enamoró perdidamente. Mientras su pareja con Sabrina no terminaba de consolidarse él se recibió de economista y empezó a trabajar como analista financiero para el banco francés Société Générale, en la sede de Londres. Ella saltaba de romance en romance; él sumiso soportaba y accedía a sus manipulaciones.
Cuando finalmente la pareja se concretó y Sabrina terminó con Walton, se fueron a vivir juntos. Con él tuvo otra hija. El rol de mando era claro: le pertenecía a Sabrina. Al poco tiempo ella ya estaba protestando porque él tenía que trabajar los fines de semana para el banco. Planteos que él trasladaba a su empresa y terminaron por colmar la paciencia de los jefes. Lo echaron.
Ouissem había invertido lo ganado en ese tiempo en dos departamentos en París. Ya tenían una renta. Pero Sabrina exigía más fondos. De personalidad volátil toda discusión con ella terminaba a los gritos. La procesión de niñeras por la casa resultó una constante. Nadie aguantaba el clima. Ella acusaba a Ouissem de vago, pero al mismo tiempo denigraba cada trabajo que le surgía. El tren de la locura y de las relaciones tóxicas había arrancado a todo vapor.
Los amigos de Ouissem relataron que cuando el clima se ponía muy tenso en su casa, él se escapaba a caminar, pero volvía siempre dispuesto a continuar con ella.
Sabrina que había terminado muy mal con su potentado ex, estaba obsesionada con él y con la vida económica que podría haber disfrutado a su lado. Entonces comenzó con otros disparates.
Logró convencer a Ouissem que Walton era pedófilo, que hacía magia negra y que los espiaba. Con el apoyo de Ouissem lo denunció a la policía. Una, dos, tres, cuatro…. ¡llegó a hacer 30 falsas denuncias!
Mark Walton, que vivía entre los dos continentes, no daba más.
Pero no era el único ex que padecía las alteraciones de carácter de Sabrina: Anthony François, declaró también que ella era «lunática, volátil y manipuladora. Podía ser tan adorable como detestable. No había explicación para sus cambios de humor”, explicitó ante el fiscal cuando fue el juicio.
Perder la libertad, poco a poco
A esa familia de locos había llegado la ingenua Sophie. Durante catorce meses viviría un calvario. Poco a poco fue siendo sometida.
Primero fueron los gritos. Un día porque se le rompió un vaso. Otro, porque no tenía listo el desayuno a tiempo o porque no había terminado de cocinar la cena. Ella bajaba la mirada, sus largas y arqueadas pestañas escondían las lágrimas, limpiaba en silencio y se apuraba con las tareas.
Después llegaron las acusaciones de robos de alhajas. Lo que Sabrina no encontraba, ella lo había robado.
Los gritos, entonces, dieron paso a los cachetazos y a los tirones de pelo. Sophie, no reaccionaba. Lloraba en su cuarto y se tragaba la angustia. Cada vez les temía más, sobre todo a Sabrina y a sus arranques de histeria. Esa furia incontrolable la paralizaba.
Por último, empezaron los castigos: la dejaban sin comer. Sophie perdía peso semana a semana. Se transformó en una sombra gris que se deslizaba temerosa de ser descubierta.
Además, Sabrina le había sacado el pasaporte. Y, por supuesto, había dejado de pagarle. Sophie había perdido la alegría y la libertad. No tenía a quién recurrir. Su carácter manso le estaba jugando en contra. A su padre Patrick le llegó a decir que tenía pensado volver porque “había demasiadas tensiones” en la casa. La última noticia que tuvo de su hija fue una postal que le envió en julio de 2017: “No supuse que fuera tan grave. Sino hubiese ido a buscarla”, declaró desolado.
Escape frustrado
Los golpes y abusos contra Sophie Lionnet diezmaron su voluntad y menguaron sus fuerzas. Una de las últimas fotos que le sacaron la muestra con una flacura extrema. Una imagen que según dijo su propia madre Catherine, recordaba a aquellas que se veían de los campos de concentración.
¿Cómo nadie hizo nada? ¿Por qué ella no se defendió? ¿Por qué no los denunció o buscó escapar?
Lo cierto es que, a su manera, sí lo había intentado. El gran escape no era fácil: Sophie no tenía su pasaporte ni disponía de dinero. Un día se animó y le contó al propietario de un fast food que sus empleadores la golpeaban con frecuencia. Nada ocurrió.
Otra vez intentó fugarse yéndose a una casa de conocidos de la familia, pero la controladora Sabrina la siguió, armó un escándalo, le gritó desagradecida y la obligó a volver.
Michael, dueño de un restaurante y amigo de la pareja, un día la sorprendió llorando y le preguntó qué le pasaba. Sabrina le arrojó a Sophie una mirada penetrante y la joven no se animó a decir nada. Musitó que estaba triste porque su madre estaba enferma.
Todo eso ocurrió en los dos meses antes de lo imperdonable.
Fue también en sus últimas semanas con vida que le pidió dinero a su madre para volverse. Necesitaba 40 libras para el pasaje. Su madre las habría mandado y Sophie debía volver el lunes 18 de septiembre… pero no lo hizo. No pudo. El reloj ya descontaba los minutos que faltaban para su horroroso final.
Vecinos en alerta
La tarde del miércoles 20 de septiembre de 2017 los vecinos de la casa de la calle Wimbledon se alarmaron por el olor y el humo que salía del jardín de la pareja Medouni-Kouider. Se asomaron por la cerca y vieron a Ouissem. Le preguntaron qué pasaba, por qué esa olorosa humareda. Él les respondió muy tranquilo: “Estoy quemando un cordero que compré en el mercado de Wimbledon”.
Los vecinos no se conformaron con la extraña explicación y llamaron a los bomberos y ellos a la policía. Cuando llegaron a las 18.20 hacía casi tres horas que la fogata ardía. La pareja se incomodó visiblemente. Extinguieron el fuego y Thomas Hunt, uno de los primeros en entrar, examinó los restos remanentes en la fogata del coqueto jardín. A simple vista se podía observar ropa, bijou, cordero, pollo… pero le pareció ver una nariz y unos dedos. Le preguntó intrigado a Medouni de qué se trataba eso. El dueño de casa le contestó que era “la carcasa de una oveja”. Hunt no creyó el cuento. Siguió mirando con cuidado y descubrió unos anteojos derretidos. Además, los restos de cordero y de pollo no podían disimular el penetrante olor a carne humana.
Los vecinos habían acertado en llamarlos. Si hubieran esperado una hora más la hoguera lo hubiera consumido todo y los anteojos no hubieran delatado el siniestro crimen: Sophie, ya no habitaba el mundo de los vivos. De ella quedaban negros despojos y cenizas.
Reconstrucción de un calvario
Sabrina y Ouissem fueron detenidos. Pero fue durante el juicio, que se celebró entre marzo y mayo de 2018, que pudo reconstruirse parte del calvario de Sophie y lo que ocurrió ese día.
Ante el jurado se reprodujeron más de ocho horas y media de escalofriantes videos recuperados de los celulares de los acusados. Habían sido grabados pocas horas antes del asesinato de Sophie.
La joven Sophie Lionnet había sido interrogada y torturada por el cruel matrimonio. En las imágenes se ve a una joven demacrada y aterrada, ansiosa por cooperar y decir todo lo que sus torturadores querían.
En esas filmaciones Sabrina gritaba: “¿Te estás riendo de mí? ¡¿Vos te estás riendo de mí?! ¿Te estás riendo de mí?”. Sophie decía asustada: “Pará. Pará, ¿okey?”. Sabrina seguía con furia: “¡No te rías de mí! ¡No me hables con palabras dulces! (y agregaba dirigiéndose a Medouni) ¿Ves que es un monstruo? ¡Tenés un monstruo acá! (…) Abrí tu maldita boca (a Sophie de nuevo) ¿Dónde es la casa a la que Mark te llevó? ¿Querés ir a prisión? Estate preparada para 40 años en prisión (…) cerrá tus ojos por un minuto ¿okey? Imaginate a vos misma cada día en una jaula como un animal con otra gente dentro. Esto no es para reírse… ¡con pedófilos!”.
Lo que Sabrina intentaba era arrancarle “la confesión” de que Sophie estaba complotada con su ex Walton. Así luego ella podía extorsionarlo son esas declaraciones y sacarle dinero.
En ese tren de arrancarle confesiones inauditas es que suben la apuesta: la golpean en las piernas con un cable eléctrico; le tiran del pelo; la patean con fuerza en el pecho; le arrancan más mechones de cabello; le gritan barbaridades; le hacen escribir páginas y páginas con sus delirios acusando a Walton; le vuelven a pegar quebrándole más huesos; la arrastran dentro del baño; la meten dentro de una bañadera llena de agua; le hunden la cabeza; le chillan que es una puta; le ponen una toalla con agua en la boca… Son horas y horas de agonía. Sophie es un manojo de huesos doloridos, está entregada, hace todo lo que le dicen, pero nada los detiene. La graban con sus celulares. Le sale sangre de la nariz y mancha una alfombra. Sabrina se enoja más. Le vuelve a aullar. Sophie es una muñeca de trapo, no tiene energías. Está por morir, lo sabe, pero no puede evitarlo. El calvario está por culminar.
Certezas inciertas
En el allanamiento a la casa de la pareja fueron encontradas las páginas escritas por Sophie. Allí estaba relatado, de su puño y letra, que el señor Walton la había asaltado sexualmente y que le había prometido trabajo en películas; que habían tenido encuentros secretos donde él le pedía detalles sobre la vida íntima de Sabrina. Sophie había escrito todo eso obligada por Sabrina y Ouissem.
Mark Walton fue contactado por la policía y negó los encuentros: aseguró que jamás había sabido de la existencia de Sophie Lionnet hasta que los detectives de homicidios lo llamaron el 21 de septiembre de 2017.
La autopsia realizada sobre los pocos restos calcinados de Sophie reveló que tenía la mandíbula rota, el esternón partido y cinco costillas fracturadas. Esto había ocurrido entre 36 horas y 3 días antes de su muerte. La causa exacta de su deceso no se pudo establecer. Aunque los peritos creen que falleció ahogada en la bañadera. Tampoco es seguro el día de su muerte… se especuló que antes de quemar el cuerpo, ese 20 de septiembre, podrían haberlo tenido escondido muchas horas sin saber qué hacer.
La crueldad a juicio
Durante el juicio en Old Bailey, el tribunal penal central de Inglaterra y Gales, se supo que Sabrina era la dominante en la pareja. Ella convenció a Medouni de que Sophie practicaba magia negra y que se había aliado con la madre de su ex contra ellos.
Sabrina no mostró arrepentimiento por sus actos y mantuvo sus dichos argumentando que Sophie era una mentirosa, una prostituta y una ladrona. Aseguró que la víctima le había robado un pendiente de diamantes. También siguió acusando a Walton de pedófilo y alegando que, con la ayuda de Sophie, había drogado y abusado de su familia.
Amigos de Walton contaron que una vez lo había denunciado por abusar sexualmente de su gato, aunque no tenía uno. Y los vecinos dijeron que solía reclamar por el ruido que hacían Walton y sus amigos “volando en helicóptero” sobre su casa.
Mark Walton, que había tenido una relación tempestuosa con la acusada, ni siquiera vivía en Gran Bretaña para la época en la que Sabrina lo acusa de tantas cosas insólitas. Todas esas negras fantasías habitaban en la mente perturbada de Sabrina y, por ósmosis, en la de Ouissem.
El jurado determinó que esas elucubraciones eran falsas y los condenó a perpetua.
Sabrina padecía, según estudios médicos, un desorden de la personalidad y depresión, pero eso no la eximía de culpa alguna ya que diferenciaba perfectamente lo que estaba bien de lo que estaba mal.
El fiscal Richard Horwell esgrimió en el estrado que Sophie estaba presa en “una pesadilla doméstica”, y que era “particularmente naive y vulnerable”. Concluyó que “los acusados quemaron el cuerpo en el jardín de su casa con la esperanza de que nunca nadie pudiera recuperar sus restos. Su idea era explicar la desaparición inventando que ella había abandonado su empleo. Pero su malévolo plan fue frustrado gracias a la combinación de un vecino y unos bomberos que quisieron averiguar más y llamaron a la policía”.
Hundidos por las contradicciones
Medouni tuvo que reconocer que Sabrina solía volverse irascible. Relató que un día de julio de 2017 se había enojado con Sophie mientras cocinaba: “La agarró del pelo y parecía que le iba a pegar (…) Le dije que eso era un delito que no debía hacerlo más. Tuve la sensación que todo estaba yendo demasiado lejos”. Debió admitir que había encubierto la inestabilidad emocional de Sabrina Kouider frente a la policía y los trabajadores sociales mientras la obsesión con su ex y los celos que le despertaba que él hablara con Sophie se volvían insoportables.
Sabrina, por su parte, reconoció haberle pegado varias veces a Sophie: “Ella lo tenía todo conmigo. Yo le hacía de comer, hacía las cosas de la casa, ella se divertía con nosotros (…)”, y luego dijo que una vez “la azoté muy fuerte con un cable eléctrico. (…) Una segunda vez la empujé porque estaba mirando unos papeles míos y, una tercera vez, en la cocina, el 12 de julio, la confronté porque no estaba preparando el desayuno familiar. Le dije que estaba cansada de ella que estuviera mintiéndome todo el tiempo. Sophie se quedó quieta y la empujé porque estaba en mi camino y yo quería ir afuera a fumar un cigarrillo (…) No niego haberle pegado. Pero eso no me convierte en una asesina (…) Yo no la maté, él lo hizo», concluyó y señaló a Medouni.
Las contradicciones para salvarse los hundieron aún más. Primero Sabrina había dicho que Sophie había muerto durmiendo y Ouissem Medouni había asegurado que Sophie había muerto accidentalmente en el baño. El fiscal desbarató cada una de las versiones y el recelo entre ambos subió al estrado. Empezaron a acusarse mutuamente. Él dijo que ella tenía cambios de humor repentinos y violentos. Aseguró que él no la había matado, pero tuvo que admitir que había quemado su cuerpo. Medouni sostuvo luego otra versión: que había sido Sabrina quien la mató, mientras él dormía y que ella lo despertó para decirle que Sophie no respiraba. En su declaración anterior había dicho algo muy distinto: que la había empujado en el baño y ella se había golpeado quedando inconsciente y que había tratado sin éxito de resucitarla. Después fue Sabrina la que lo acusó a Ouissem: “Todo lo que hice, lo hice por él”.
No se pudo establecer el orden exacto cómo sucedieron las cosas, ni quién hizo qué. Sólo ellos lo saben. Pero el orden no cambia nada: Sophie fue víctima de un asesinato brutal. Hubo un testigo, no identificado, ubicó a los acusados en el baño en el momento en que todo ocurrió. Ese testigo tan resguardado podría ser uno de los hijos de Sabrina, de quienes nada trascendió.
Si faltaba algo más para seguir escandalizando al tribunal Sabrina lo aportó: contó sollozando que Medouni la había obligado a tener sexo al lado del cuerpo sin vida de Sophie.
El sufrimiento de sus padres
Los padres de Sophie sabían poco y nada de lo que estaba ocurriendo con su hija. Ella apenas dejaba traslucir algo en sus llamadas y cartas. Cuando Catherine Devallone supo que Sophie no estaba del todo conforme con su trabajo, le pidió que volviera a Francia pero no logró convencerla. Catherine no tenía idea de la gravedad de la situación: “Ellos la golpearon, la hicieron pasar hambre y la golpearon hasta que no pudo pelear más. Ellos le quitaron su dignidad y, finalmente, la vida de una manera dolorosa mientras peleaba aterrada por su último aliento en ese baño (…) Son dos monstruos. Ningún dios podrá jamás perdonarlos por lo que le hicieron a mi hija”. No puede olvidar las últimas fotos de su hija viva y consumida hasta los huesos y las de la pira con sus restos. Querría no haberlas visto jamás.
Patrick Lionnet aseveró que lo ocurrido “está más allá de la comprensión y es imperdonable (…) Jamás perdonaré a los salvajes que la mataron (…) Trato de recordarla como la ví la última vez, feliz y sonriente, pero muchas veces no puedo… no puedo bloquear el horror de lo que sé que hicieron (…) La voz que recordaba de ella diciéndome que me amaba, que me extrañaba, fue reemplazada por el sonido de las grabaciones (que se escucharon durante el juicio) de la voz de mi bebé llena de miedo y llorando ”.
El 24 de mayo de 2018, Sabrina Kouider y Ouissem Medouni, fueron sentenciados a cadena perpetua.
Deberán pasar al menos 30 años tras las rejas.
Medouni sigue intentando que sus abogados encuentren algún error técnico en el proceso legal que le permita recuperar la libertad. Los padres de Sophie, en cambio, esperan que ambos cumplan entera su sentencia.
Sophie, la joven vulnerable que soñaba con un mundo justo, sin crueldad ni violencia, se encontraría cara a cara con lo más temido. Los últimos catorce meses de su vida los pasó atormentada. Sus verdes y dulces ojos naufragaron en el paisaje del espanto.