Consanguinidad que abre puertas

Consanguinidad que abre puertas

Horacio

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Habría que verlo como de suma utilidad y provechosa cercanía a aquel de los primos nuestros

que sepa mucho de mecánica, capaz de sumergirse en los embrollos de piezas y alambres bajo el capó para hacer que el auto camine después de que la máquina parecía decir «nunca más».

Los humanos somos gregarios. Es decir: tendemos a agruparnos para coexistir aunque la capacidad de asociarse beneficiosamente tiene grados y mientras más próximos sean los seres con vínculos de apellidos, de mayor calibre serían los favores a recibir.

Un carnal solo serviría para proveer soluciones a problemas y aspiraciones menores si sus habilidades se limitan al manejo de herramientas automotrices. Opción valedera, si acaso, para superar atolladeros y percances técnicos que aparezcan en el camino.

Salvo que al primo luego le caigan del cielo por azares de la política potestades excepcionales como esas que facilitan contratos de cualquier tamaño. Mientras más grandes, mejor.

Un tío ginecólogo tendría que estar reservado para emergencias mayores de un sexo que no es el nuestro, especialista al que solo se recurriría para algún tipo de consideración con el monto de los honorarios para no faltar respeto a su profesionalidad ni a su espíritu de servicio.

Si alguna vez cayera en un ministerio cobraría importancia para ambiciones superiores que pudieran nacer entre sus parientes y arientes. Uno nunca sabe.

La lucha por la vida podría convertir a algún individuo de sus proximidades patronímicas en proveedor de cosas que cuestan muchos millones y con el Estado hay tratos que no se consiguen a menos que alguien te abra la puerta desde adentro.

Desde luego, a nadie debe sorprender que en ocasiones aparezcan en altos niveles del Estado unos señores rosca izquierda que, bruñidos de poder y pegados a las ubres oficiales que tanto rinden, dan la espalda a los parentescos. A lo más que llegarían sería a ver a la parentela en lontananza, de lejitos, mientras pasan trabajo.

Entre esos seres extraños y políticamente contraindicados los hay que responden a una genética incapaz de desarrollar tentáculos y mucho menos de las que responden a dos cabezas.

Es lógico entonces que el establishment tienda a segregarlos por impropios para las concertaciones tras bastidores. Sus servicios a la patria son de corta duración. Los anticuerpos con que se arman los intereses creados pueden resultarles fatales.

Comentando con Roldán, el prestamista que conozco, los últimos impactos judiciales y las versiones que corren sobre supuestas irregularidades de amplio espectro, me dijo que siempre ha preferido vivir en sosiego, a distancia de la gente cuestionada; «que por aquí ni se acerque»; o como ya dijo Balaguer: que la corrupción se detenga a las puertas de mi despacho».

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