Cuando un país crece, más para beneficio de un grupo que de todos, aumentando la desigualdad, puede decirse que crece, pero ese crecimiento desequilibrado podría arrastrar violencia, anarquía, problemas. Y como consecuencia lógica también crece la preocupación. Porque cuando el crecimiento no se produce de forma equilibrada empieza a anidarse un monstruo. Sobre todo cuando se invierte poco en la creación de conciencia cívica.
Alguien definió el civismo como: “El conjunto de ideas, actitudes y hábitos que corresponden al buen ciudadano como elemento consciente y activo del pueblo. Esto abarca el sentido y la preocupación por el bien común, las repercusiones de los actos individuales sobre éste; la lealtad a las instituciones del país sin servilismo; espíritu democrático y de respeto a cada ciudadano incluyendo la voluntad de permitirle la expresión de sus opiniones políticas; espíritu crítico sin exceso respecto a las personas e instituciones.”
El sentido cívico reconoce los límites del poder y no permite que sean sobrepasados, ya se trate de la vida privada, pública o de la espiritual. Exige que el poder respete las libertades legítimas de las personas así como de los organismos intermedios.
El sentido cívico puede llevar, como ocurre a menudo con muchos ciudadanos, a la elección de un partido o de sus candidatos, considerándolo una acción eficaz. Pero muchas veces se excluye el espíritu partidario, es decir, la estrechez de los puntos de vista que caracteriza al sectario. La simplicidad y la injusticia en los juicios que se formulan sobre los demás. El odio hacia el adversario con frecuencia utilizado por el deseo de desacreditarlo o eliminarlo por cualquier medio. La demagogia, la mentira y las fórmulas groseras de la propaganda. El arribismo individual y el acaparamiento del poder por los partidos.
Pero ese conjunto de ideas, actitudes y de hábitos que corresponden al buen ciudadano, tiene necesariamente que convertirse en responsabilidad número uno de los dominicanos. Comenzando por quienes influyen o controlan las cúpulas de poder.
Hay que establecer como prioridad un conjunto de políticas debidamente coordinadas y bien dirigidas, tendentes a crear más equidad y mayor conciencia cívica. Sin dejar de lado lo que respecta a las responsabilidades municipales, que en muchos lugares brillan por su ausencia y están llegando a límites alarmantes. Pues en la medida que crece el país, ciudades, provincias y municipios requieren mayor atención y mayor conciencia.
Pero para que esa tarea sea fructífera y el pueblo tenga confianza en esas enseñanzas, primero deben producirse demostraciones palpables y concretas por parte de quienes se presentan como sus líderes y dirigentes en el cumplimiento de esas ideas, propuestas, actitudes y hábitos.
Si realmente se aspira a construir una sociedad más justa y humana, donde todos los ciudadanos tengan verdadera conciencia de sus deberes y derechos, tiene que haber mayor equilibrio social y económico, para de esa manera comenzar a levantar el edificio de la concientización. Solo ese gran edificio de conciencia y responsabilidad ciudadana será capaz de soportar todo el peso de los deseos y aspiraciones futuras.