Dentro de las consecuencias médicas están los retrasos en la curación, recaídas, complicaciones, valoración errónea de la efectividad real del tratamiento aumentando o disminuyendo el número de dosis, introduciendo fármacos más potentes y tóxicos, aumentando la probabilidad de aparición de efectos secundarios o la dependencia a largo plazo; incremento de accidentes por consumo de medicamentos combinados, o con modificaciones del estilo de vida (abstenerse del consumo de alcohol o de manejar vehículos o maquinarias), pero principalmente, la resistencia medicamentosa a los antibióticos. A nivel económico la no adherencia terapéutica repercute a nivel individual y familiar en el gasto invertido en medicamentos no utilizados, consultas planificadas a las que no acude, ausentismo laboral a causa de una enfermedad no controlada, en caso de ser empleado, y un almacenamiento innecesario de medicamentos no consumidos, que puede provocar intoxicaciones accidentales en niños y aumento de la automedicación por cualquier miembro de la familia.
Eso incrementa el uso de los servicios de emergencia, las hospitalizaciones, y unidades de cuidados intensivos.
En la esfera psicosocial, la falta de apego al tratamiento puede generar grandes pérdidas desde el punto de vista personal, al presentar complicaciones y secuelas emocionales y físicas irreversibles y progresivas que pudieran evitarse.