Consejeros presidenciales

Consejeros presidenciales

UBI RIVAS
Los consejeros presidenciales han desempeñado un silente rol sustancial en el desempeño de los gobernantes que hemos tenido los dominicanos en 160 años de vida republicana, empezando por el primer presidente, el general Pedro Santana, Siño Pedrito, que dispuso de las luces de Manuel de Jesús Galván, como su secretario particular, de Tomás Bobadilla y Briones y de Manuel María Caminero.

El primer presidente de Cuba, Carlos Manuel de Céspedes, a su vez, dispuso de nuestro Manuel de Jesús de Peña y Reynoso como su secretario particular.

Secretario particular es una especie de consejero, consigliori, eminencia gris, definición de profunda sabiduría que empezó con señalar a José Francisco Tremblay, consejero de su Eminencia, el cardenal Richeliú.

en la sucesión de gobernantes dominicanos, el segundo mandón de nuestras desventuras patrias, Buenaventura Báez Méndez, el Gran Ciudadano, dispuso de Manuel María Gautier como su consigliori señero.

El presidente Ulises Heureaux, el terrible Lilís, el hombre de los «fusilamientos provisionales hasta que se averiguara el caso», dispuso de consejero nada más que a su mentor original, el gran general Gregorio Luperón y éste, a su vez, al ilustre Pedro Francisco Bonó, padre de la sociología dominicana y autor de El Montero, donde refleja las vivencias y costumbres de la época y la manigua criolla.

El generalísimo Rafael Leonidas Trujillo dispuso de varios consejeros en su larga tiranía de 31 años y siete meses, empezando por Rafael Vidal Torres y Roberto Despradel, quienes susurraron al entonces en ciernes hombre fuerte de la fortaleza Ozama en virtud de su investidura como jefe del Ejército, la técnica de golpe de Estado que elevara a categoría de tesis años después Curzio Malaparte.

Sucedieron en esa delicada y privilegiada categoría como consiglioris de El Jefe, Virgilio Alvarez Pina, Ramón Emilio Jiménez, Anselmo Paulino Alvarez y finalmente el único que arrimó perversidades al generalísimo, el tétrico coronel EN John Abbes García, en el ocaso de su tiranía, frisando los 70 años, padeciendo de algunos quebrantos y el peor de todos, la depresión que le provocó la certeza de que su querubín dorado, Ramfis, no tenía condiciones para relevarlo en el mando porque era un disoluto y un bohemio.

El doctor Joaquín Balaguer dispuso de varios consejeros eminentes, el licenciado Polibio Díaz quizás el más diestro de todos y es muy posible que al conversar informalmente con su entrañable amigo don José Manuel Bello Cámpora, uno de dos que tuteaba al gobernante, el otro Eduardo León Asensio, en realidad estuviese sondeando alternativas de situaciones específicas con el consagrado empresario ya desaparecido.

El presidente Antonio Guzmán dispuso del eximio vate Héctor Incháustegui Cabral como consejero y secretario privado y no somos pocos los que estamos contestes en que si Incháustegui Cabral no hubiese fallecido, es muy posible que el presidente Guzmán no se hubiese suicidado y preservar así los dominicanos a una joya de ser humano que incluso hubiese podido repetir el poder.

En cambio, ni Salvador Jorge Blanco ni Hipólito Mejía, con un caudaloso alter ego y una sobreestimación de si mismos, no dispusieron de consejeros y el primer concluyó en el presidio y el segundo elaborando el peor de todos los gobiernos de 160 años de vida institucional.

En su primera gestión, el presidente Leonel Fernández no dispuso de un consejero pero ahora tiene a Ramón Alberto Font bernad, un escritor de luces, un hombre de una experiencia enorme, que unido a su aura de ser incapaz de hacerle un daño a nadie, constituye para el presidente Fernández un gran aval para que sus ejecutorias  permitan al PLD retener el poder más allá de agosto 16-08, naturalmente, todo dependiendo de llenar las grandes expectativas que los dominicanos tenemos puestas en el joven estadista.

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