Todo servidor público que desea mantener su frente en alto aún después de abandonar el su puesto de trabajo, debe tener presente lo siguiente:
1.- Los cargos son transitorios.
A menos que alguna fuerza mayor obligue a lo contrario, los funcionarios electos estarán en sus posiciones por el período correspondiente a su escogencia o designación, en tal sentido es preciso establecer mecanismos que le garanticen una salida honrosa del cargo, desde el momento mismo en que inicia sus funciones, ya que la primera gran medida inteligente que debe tomar un funcionario es prepararse para salir del puesto. Por ser éste tan transitorio, debe evitar cambiar su familia, amigos y hábitos que tenía antes del cargo, pues éstos estarán ahí cuando el cargo ya no esté.
2.- Operar en base a principios.
Una vez identificados los principios que rigen su vida, el funcionario debe aferrarse a ellos y en función de éstos actuar. Esto indica que ninguna orden proveniente de superiores jerárquicos políticos o administrativos que violen esas normas de vida que llamamos principios, debe ser acatada, sin importar el precio a pagar por esa decisión.
3.- Fiscalización permanente.
Escoger la vida pública es en cierto modo ceder parte de la privacidad, de la libertad y hasta de la independencia. Por tal motivo el funcionario público estará permanentemente sometido al escrutinio de todos. De ahí la necesidad de aplicar en su vida los principios de crítica y autocrítica que lo preparen para resistir todo tipo de auditoría, sean éstas personales, familiares, económicas, políticas y administrativas.
4.- Dejar un legado.
Es necesario que el funcionario público se enfoque en una agenda que le permita dejar un legado específico según las actividades de la agencia estatal correspondiente. Si al terminar la gestión no puede señalar razones que justifiquen haber estado en el puesto, el país habría perdido su tiempo y demás recursos en un patán e inepto asalariado infuncional.