Consideración sobre títulos

Consideración sobre títulos

El Gobierno busca un buen fin que consiste en legalizar los títulos de propiedad de inmuebles que corresponden a numerosos ciudadanos que por años han carecido de las certificaciones de rigor para presentar como suyo algo que de todas formas no tendría fuerza legal para importantes actos de la vida civil, entre ellos los trámites sucesorales y la incursión en el mercado bancario e hipotecario. Administraciones anteriores del Estado se manejaron con el alarmante descuido, o por populismo barato, al ceder bienes públicos sin exigir luego los pagos generalmente blandos en sus condiciones de crédito a pesar de recibirlos por debajo del costo correspondiente. De esa intemperancia se aprovecharon personas que aun teniendo recursos para cumplir aparecían como propietarios
Defraudaban al Estado y a la sociedad que siempre merece seguir beneficiándose de una inversión de interés social que retorne a las arcas públicas en vez de quedarse en un usufructo muy propio del paternalismo distorsionador de quienes todo lo quieren sin esfuerzo. La deserción masiva de quienes desfondaron a instituciones como el Invi troncharon muchos sueños de pobres sin casa. A los pícaros que nunca terminaron de pagar apartamentos, algunos construidos al gusto de clase media, no se les deben expedir títulos definitivos. Eso es mucho pedir en un país que continúa en la antiética costumbre de comprar adhesiones por cuenta del Erario.

Un país de muy buenos padres

Algunas personas infelices y conflictivas hasta el extremo de agredir a la sociedad podrían provenir de hogares disfuncionales o de padres irresponsables que traen hijos al mundo sin conciencia del deber. Pero son los menos. Por más que atormenten al prójimo y le fallen a su entorno, los hombres de nobleza y desvelos para con los hijos y la familia son los más. Son los que llenan al mundo de buenos frutos. Hacen nacer productos sociales y humanos que son una bendición para los demás por provenir de familias fundadas en valores.
Se convierten en estudiantes meritorios, excelentes profesionales, y hasta modestos ciudadanos que no les fallan a los suyos ni a los demás. Porque para ser padre ejemplar no se necesitan fortuna ni fama. Ser justos es lo primero.

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