Algunos pensadores cristianos desarrollaron el tema del Juicio Político, partiendo del valor moral que se halla en la conciencia común de la humanidad. De inclinaciones nacidas de la naturaleza del ser humano injertas en sus corazones.
No juicios planteados en virtud de razonamientos y de demostraciones explícitas. Un ejemplo que ofrecieron de ello consiste en la manera en que el hombre primitivo descubría la justicia en actos y situaciones concretas.
No captando necesariamente el valor de una manera analítica o filosófica, sino por viva intuición. Algo que satisfacía a su razón, o cuya violación reprochaba.
Por tanto, conviene distinguir entre lo que es inclinación sana e inclinación pervertida o mal concebida.
Por ejemplo, en las sociedades primitivas los prisioneros de guerra no eran considerados como hombres, sino enemigos que se debían tratar como esclavos. O también en una sociedad racista, que considera ciertas personas como desechos que se deben segregar del resto de la humanidad.
Con esto trato de recordar que los juicios por inclinación también tienen importancia fundamental en la política.
Sobre todo cuando se trata del ejercicio del poder. Porque repercute en el resto de la sociedad. Y las acciones y conductas de los funcionarios son vistas por todos. Sabios, entendidos y gente común. Porque no es absolutamente necesario ser filósofo o erudito para poder hacer un buen juicio político.
Lo que sí es absolutamente necesario e imprescindible es que los actuantes estén en consonancia con las normas fundamentales de la vida humana. Con las reglas de la vida en sociedad. Observando conductas morales y éticas. Sobre todo cuando se comprometen a hacerlo bajo juramento.
Juzgar políticamente es estimar que determinadas cosas se pueden realizar o que otras no se pueden realizar. Porque contravienen principios fundamentales. Lo que puede ver y comprender cualquier ciudadano.
No solamente los entendidos o expertos. Porque aunque algunos lo ignoren, de alguna forma se ponen al descubierto.
Por eso la convicción política, que incluye el ejercicio del poder, debe ser realmente firme. Tener el carácter de una especie de fe. No de una fe religiosa orientada a lo trascendente de la vida humana, sino de un compromiso temporal y secular orientado a la obra común de la sociedad terrestre. Una convicción en que no solamente la inteligencia sino también el corazón, estén decididamente comprometidos.
Comprender, que no se trata de dejar que las personas se deslicen por la pendiente de su efectividad, emoción o pasión individual. Si no, de una acción común en función de los principios establecidos.
A diferencia de la fe religiosa que supone dogmas intangibles e independientes de los intereses humanos.
En fin, el significado que reviste para la comprensión del juicio político en general y lo que éste requiere, es esencialmente la adhesión común a un cierto número de normas dentro de un marco de referencia que los mismos principios obligan a cumplir, entre lo que se puede y no se puede ni se debe hacer. Porque todo el que participa en la cosa pública está expuesto a que la sociedad lo juzgue.