Cierto es que el extremo abatimiento colectivo provocado por la tragedia en la discoteca Jet Set en Santo Domingo, se ha extendido con fatídico impacto a otras diversas latitudes de las que hemos recibido patentes manifestaciones de solidaridad.
Sin embargo, debemos admitir que ante esas muestras de confraternidad los dominicanos probablemente no podríamos sino experimentar una turbación del ánimo, léase vergüenza, cuando se nos pidiera una explicación del desplome de un techo que ha provocado la muerte de al menos 231 personas, sumiéndonos a todos en una honda consternación. ¿Cómo explicar eso?
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No tratándose de un caso fortuito o de fuerza mayor, un movimiento sísmico, un terremoto, la abrupta precipitación de una aeronave por causa de inesperado accidente, en fin… ¿Cómo entender un descuido en la inspección del Estado a la estructura de una edificación de un cierto número de años en la que opera una sala de fiestas a la que suelen acudir cientos de personas? El hecho como tal, si trágico, es indigno. Traduce desidia, negligencia. Nada lo justifica.
A menudo se suele decir que los dominicanos somos dados a “poner candado después que nos roban” y que muchas y buenas leyes existen, pero que somos tardos en aplicarlas. El Ministerio de Obras Públicas cuenta con una Dirección General de Reglamentos de Edificaciones y Saneamiento, la DGRS. Entre las leyes que regulan la construcción en la República Dominicana figuran las números 675 y 687, además del decreto del Poder Ejecutivo número 576, del 21 de noviembre del 2006 que establece las normas para la aplicación del Reglamento General de Edificaciones.
Es de presumir que tanto el Ministerio de Obras Públicas como el Colegio de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (Codia) están en las condiciones de orientar a propietarios privados de determinadas edificaciones en torno del estado de las mismas y de situar las estructuras en condiciones de corregir el deterioro por el paso de los años e incluso calificados especialistas en capacidad estructural de inmuebles, como el ingeniero Reyes Madera, para establecer la capacidad de resistencia ante eventuales movimientos telúricos.
Ahora, después de una tragedia que, por supuesto, nunca habrían querido suponer siquiera, ni los propietarios de la discoteca Jet Set, ni mucho menos aquellos que solían frecuentarla, hay una realidad por delante. Sin necesidad de invocar una particular clarividencia, tenemos la impresión de que en las jurisdicciones civiles lloverán las demandas en daños y perjuicios, sin que la prueba de la falta parezca revestir complejidad alguna.