Constitucionalidad y circunstancias (2 de 2)

Constitucionalidad y circunstancias (2 de 2)

FABIO RAFAEL FIALLO
De más esta decir que no es el autor de estas líneas, a quien le tocó vivir y sufrir la tiranía de Trujillo dentro del país, y lo que es más, formando parte de una familia de disidentes vigilados, perseguidos y acosados día tras día por el nefasto régimen, quien habrá de estar de acuerdo con el punto de vista de Bosch. Derribar la dictadura trujillista, independientemente de la presunta preponderancia de «terratenientes ganaderos» en el liderazgo de la frustrada expedición, no podía a nuestro juicio sino redundar en beneficio para el pueblo dominicano en términos de respeto de los derechos humanos elementales y de perspectivas de modernización política y social.

No es ahí, sin embargo, donde reside lo más pertinente de la declaración de Bosch para el tema del presente artículo. Lo que nos interesa es hacer resaltar que si se puede negar (como lo hizo el Profesor) que un interno de liberarnos del yugo trujillista hubiese de por sí constituido un avance para el país, entonces, con mayor razón aún no es, ni puede ser, motivo de escándalo poner en duda (como lo hago yo) que la reinstalación de Bosch en el poder hubiese representado necesariamente un avance para la joven y frágil democracia dominicana de esa época.

Ahora bien, ¿por qué me muestro renuente a pesar que la reposición de un presidente es necesariamente positiva para un país? Para darme a comprender avocaré el caso de Jean Bertrand Aristide. He ahí un presidente constitucional derrocado que, tras una extraordinaria movilización interna y sobre todo internacional, asume de nuevo las funciones de presidente de su país. El resultado, todos lo conocemos bien: ni respeto de los derechos humanos, ni mejoramiento de las condiciones económicas de la población, ni funcionamiento efectivo de la democracia en Haití durante su mandato.

Sé que las comparaciones suelen ser enojosas y discutibles. Los casos de Bosch y Aristide no son sin duda iguales. Pero, como mantengo en mi libro Final de ensueño en Santo Domingo, tampoco son enteramente diferentes.

Me explico. Al igual que Aristide, Bosch cultivaba en esos tiempos un discurso populista, maniqueo, que tendía a acentuar las divisiones en el seno de la población. Uno se propuso enfrentar la oposición con neumáticos encendidos alrededor del cuello, el otro, con una aplanadora institucional; los medios eran por tanto diferentes, el objetivo no. Al igual que Aristide, Bosch había sido elegido en las primeras elecciones después de un larga dictadura; la población no había adquirido aún la práctica para discernir las veleidades autocráticas de quienes aspiraban a gobernarla. Por último, al igual que en Haití, las instituciones políticas de la República Dominicana mostraban en esa época una peligrosa fragilidad: no estaban lo suficientemente experimentadas como para proveer un contrapeso a dirigentes políticos deseosos de ejercer un control abusivo («aplanador») o caótico de las riendas del poder. En resumen, las condiciones eran parecidas.

No digo que en Santo Domingo habría necesariamente ocurrido con Bosch lo mismo que en Haití con Aristide. Pero, Bosch, que confiesa unos años más tarde su preferencia por una «dictadura con respaldo popular», ¿hubiera dado pruebas de un mayor apego a la democracia que Aristide? ¿Quién puede afirmar hoy en conciencia que Bosch no albergaba ya, en la época en que civiles y militares morían por reinstalarlo en la presidencia mientas él aguardaba en su exilio puertorriqueño, la idea de instalar su preciada dictadura en cuanto se lo permitiesen las circunstancias?

Es cierto, repito, que ambas situaciones, que ambos personajes no son idénticos. Es cierto que no se puede extrapolar a Bosch lo que sucedió con Aristide. Pero cabe admitir que, como en el caso de Aristide en Haití, el retorno al poder de Bosch en esos lejanos tiempos no habría, necesariamente, estado exento de grandes riesgos para la incipiente, y por tanto frágil, democracia dominicana.

Por eso pienso que me asisten razones suficientes para mostrarme escéptico sobre las consecuencias posibles de un eventual retorno de Bosch al poder en circunstancias como las de abril e 1965. Y es precisamente ese escepticismo lo que me induce a abordar, en artículos venideros, el tema de la Revolución de Abril a través de un prisma diferente al que hasta ahora ha prevalecido en nuestro país. Más aún, mis dudas al respecto quedarán justificadas plenamente con lo datos y argumentos que en este viaje crítico a la Revolución de Abril compartiré con el lector.

Valga otra aclaración antes de proseguir: la serie de artículos que estamos iniciando estará consagrada a la tentativa de reinstauración de Juan Bosch en el poder en abril de 1965, no al golpe de Estado que lo había derrocado en 1963. Sobre este último, las condiciones que lo produjeron (y la posición que asumió mi abuelo ante el mismo), remito el lector a mi libro Final de ensueño en Santo Domingo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas