Construyendo de arriba hacia abajo

Construyendo de arriba hacia abajo

La prédica del Gobierno ha estado orientada hacia el logro del progreso a través del dominio del conocimiento.

Tras la conquista de esa meta hay toda una maquinaria oficial que pone de manifiesto su propósito de diversas maneras.

Por ejemplo, las salas de informática que el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones ha estado diseminando por el país tienen por misión la multiplicación del conocimiento a través de la internet y otros medios.

Pero en el trayecto hacia la meta de crear la sociedad del conocimiento hay lagunas que no tienen una explicación lógica, y mucho menos justificación.

¿Por qué se persiste en el interés por cubrir la brecha digital sin atender en las justas proporciones las etapas más elementales de la enseñanza?

No hay manera de entender que haya énfasis e inversión permanente en aspectos como la brecha digital, mientras la inversión en las escuelas, sobre todo la orientada a mejorar la calidad de la enseñanza, vive en una permanente contracción.

 Es como si se pretendiera edificar el progreso empezando por el techo y dejando de último la zapata.

El caos como filosofía

En buena lógica, no debería tener justificación la existencia de puntos urbanos en los cuales el caos ha llegado a hacerse irreductible y desafiante.

Trátese de la intersección de la París con varias calles de Villa Francisca, del kilómetro nueve de la autopista Duarte o de cualquier otro foco de caos, la realidad es que este estado de cosas es  parte de una filosofía política de autoridades con expectativas proselitistas, que evitan por todos los medios asumir los costos políticos del orden y la aplicación de la ley.

En su momento, diferentes  autoridades municipales  “resolvieron” el problema de la ocupación de las aceras por parte de los buhoneros de la Duarte, acogiéndose a la filosofía del caos.

Unos evadieron los costos políticos de un eventual desalojo sustituyendo las mesas por tarantines de metal que invadían la calzada y terminaron sirviendo como “suites” a prostitutas y sus clientes, o erigiendo en la José Martí una “plaza” que se presta para todo lo ilícito imaginable. Es decir, peor que no haber hecho nada, se decidieron por lo peor.

En el kilómetro nueve de la Autopista Duarte ha pasado algo similar. En su momento y aún conminadas a hacer algo para eliminar el foco de hacinamiento que era la parada de autobuses, las autoridades tomaron la zona pero jamás se sometieron a los sacrificios que significarían los costos políticos de una real solución, y ahí está el caos de nuevo.

En todas las épocas, mandaran los reformistas, los perredeístas o los peledeístas, la filosofía del caos, como vacuna contra los costos políticos del orden, se ha impuesto a las normas municipales y al derecho de los ciudadanos, previstos por ley, a disfrutar del orden y la limpieza.

Es una filosofía que santifica al que invoca paternidad familiar cuando se le exige cumplimiento de las reglas, que tiene por santo y seña el dejar hacer, dejar pasar, que no riñe jamás con la politiquería barata.

Por eso, el caos se va sucediendo de mano en mano, de una creencia política a otra. Es una especie de rito que teme a los costos políticos como teme el demonio a la cruz.

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