Consultas y consenso

Consultas y consenso

POR PEDRO GIL ITURBIDES
Todos los tributos al tesoro público son desagradables. Sobre todo en economías en donde el costo de vida sobrepasa el ingreso promedio de los salarios, los impuestos son enojosos. Y por ello tienden a despertar rechazo apenas se antoja el administrador público de hablar de ellos. Lo que es tendencia propia del ser humano, alcanza su máxima expresión en la República Dominicana de nuestros días, pues la devaluación de la moneda nacional asume valor de un impuesto regresivo.

Las necesidades del fisco se yerguen, por ende, como el primer contratiempo con que ha de enfrentarse el Presidente de la República electo, el doctor Leonel Fernández. Tiene en contra a un antecesor, el Presidente Hipólito Mejía, que procura recuperar su resquebrajada imagen a partir, no ya de los problemas que deja, sino de las soluciones que pueden implantarse para superar los mismos. Con meridiana claridad ha establecido que envió al Congreso Nacional el anteproyecto de reforma fiscal, tal cual lo recibió.

No es ociosa la observación, si a ella se suma el comentario de que el mensaje con que hubo de acompañar ese texto, lo firmó de lejos. A buen entendedor, pocas palabras. Cuando la legislatura de mayoría partidaria del Presidente Mejía, o adherente de la organización en que milita, apruebe las reformas, ya tendrá endoso político. A lo largo de su discusión, además, sin duda se escucharán expresiones como la del actual mandatario. Muchos pregonarán que el voto aprobatorio lo emiten para cumplir con el compromiso asumido frente al nuevo mandatario, y explicarán que son contrarios a esa ley.

Los gravámenes tendrán, pues, padre y abuelo. Pero la madre será identificada de modo difuso, casi por conjetura o especulación. En consecuencia, el Presidente Fernández tendrá que aguzar su olfato político para evadir la maraña que se tiende bajo la alfombra.

Al retornar del viaje a Europa ha advertido que procurará el consenso.

Conviene que este punto de vista no sea recurso retórico, sino inclinación conductual percibible. Expresiones de algunos de sus amigos y colaboradores, en el sentido de que los ricos rechazan pagar tributos, deben desterrarse del lenguaje de su gobierno. Deben partir de la imagen de los primitivos integrantes de un clan que debieron apartar un serón de alimentos para pagar al heraldo que avisaría la llegada de una horda de enemigos.

También entonces -debe decirles la imaginación- hubo uno que protestó por esa entrega. ¿Acaso la dedicación a la huerta, bajo sol y agua, con cuidados permanentes, podía compararse con el trabajo de un vigía, cuya más dura labor era mantener ojos abiertos? Sin duda que el esfuerzo primero redobla al segundo. Pero sin éste, aquél podía perderse. La comunidad política se organizó a tientas, contra las refractarias visiones de esta división del trabajo.

A poco de ganar Joaquín Balaguer los comicios de 1966, se dio cuenta de la necesidad del consenso. No figuraba este vocablo en el léxico político y social de la época. En cambio, la eterna conveniencia del entendimiento entre los seres humanos surgía en sentido contrario pero con la misma intensidad a las divisiones sembradas por la guerra civil. Once años y seis meses después, sus amigos sabíamos que estaba cansado de las sesiones de la Comisión Nacional de Desarrollo. Pero era un preso de su herramienta.

A través de ella escuchó el sentir de las gentes. Supo de las necesidades del pueblo. Entendió las inclinaciones de los poderosos, aunque también de los débiles. Porque de la Comisión formamos parte muchos dominicanos. Eran más sin embargo, los que acudían allí, llevados por uno que otro de sus integrantes, a vocear pedidos y urgencias, alrededor de las que se debatían potenciales decisiones. Pragmático, para aquello que lucía tan quimérico como improbable, Balaguer solicitaba conformar una comisión. Pero debido a ese mismo pragmatismo, enunciaba soluciones o escuchaba y ponía en práctica las que surgían del seno de aquél cónclave que creció hasta volverse una asamblea popular.

Nunca segundas partes fueron buenas. Pero cuando uno se encuentra entre la espada y la pared, bueno es saber de la existencia de procesos e instrumentos que han sido valiosos. Y al Presidente Fernández conviene tenerlos presente para reforzar su imagen de hombre inclinado al entendimiento y el consenso.

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