M. A.Sicóloga, Terapeuta familiar
Pregunta del lector: En la sección de comentarios, en la versión digital del periódico, una persona siempre manda a pedir a Dios, orar, entregarse al Señor. ¿Cree que entregarle todos los problemas a Dios es resolverlos?
Respuesta de la terapeuta: En cuestión de fe, prefiero no opinar, por respeto al sistema de creencias de las personas. Dios hace su obra espiritual. Los humanos hacemos lo humano.
Creo en Dios y como creyente pienso que aunque pidamos a Dios hemos de actuar responsablemente y no escudar las conductas impropias, expresamente, como tentaciones del demonio y no de la persona misma.
Dios da libre albedrío y dominio propio. De manera que nos da la libertad para actuar conforme nuestra conciencia y ésta actuará de acuerdo a nuestro nivel de madurez. Mientras más inmadura es una persona más propensa será a cometer conductas inadecuadas o no aceptadas por la moral social o la moral religiosa.
Madurez emocional no es equivalente a madurez intelectual. Una persona puede ser madura intelectualmente, ser una persona de prestigio social, tener una vida intelectual rica, pero ser emocionalmente inmadura, haciendo de su vida un desastre.
Una persona creyente con madurez emocional, intelectual y espiritual podría presentar menos propensión a conductas pecaminosas.
El creyente maduro tenderá a pensar acerca de las consecuencias si tomara una decisión desafortunada. Intentará evitar actuar bajo el influjo de la impulsividad. El inmaduro justificará constantemente que su conducta fue producto de una tentación del demonio, asegurando que Dios lo perdonará siempre y le dará otra oportunidad. Cada domingo en la iglesia pide perdón por su conducta, pero no se garantiza a sí mismo que no lo volverá a hacer. Cuenta con Dios haga lo que haga.
Cada persona tiene su historia de vida, la cual está matizada por el sistema de valores, creencias y principios de la familia. Igualmente, recibe influencias por el contexto social e histórico. El nivel socio-económico afectará a la persona, que dependerá de la abundancia o las carencias. Esto afecta la forma de relacionarse con Dios.
La persona que todo se lo deja a Dios corre el riesgo de perpetuar un problema. Si Dios ha dado la potestad para encararlo por qué no cumplir ese mandato divino. No hacerlo podría convertirla en una experta en evitación de conflictos, inhibiendo las habilidades para solucionarlos.