CONSULTORIO ECOLÓGICO

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Especialista en recursos naturales
P. Profesor, parece que es serio el problema de los alimentos transgé- nicos y el riesgo inmi- nente de inundar el país con estos mons- truos de laboratorio, pues tímidamente la Junta Agroempresarial Dominicana le ha saca- do los pies al asunto, ante la denuncia de arruinar nuestra cre- ciente producción de productos orgánicos y el peligro de que Euro- pa no nos compre más un rubro de esta categoría ¿quién nos podría salvar?

R. Uno de los riesgos que la humanidad ha logrado identificar con mayor claridad y ha llevado a enfrentar el poder omnipotente de las multinacionales que quitan y ponen gobiernos en el mundo, muy especialmente Europa que aún no despierta del susto o la pesadilla que le creó el mal de las vacas locas, es el de los alimentos transgénicos y su secuela deletérea para la salud ciudadana. La comunidad europea se ha tomado el asunto tan en serio que ni siquiera las consecuencias del cambio climático tiene más relevancia para ella en estos momentos.

Allí la decisión de promover o dejar que los transgénicos invadan el culto y viejo mundo,  no está en manos de un Gobierno o país de la unión, sino que todo está debidamente regulado por las leyes y sus normativas. Desde que este país decida emprender la ruta de los transgénicos, Dios nos agarre confesados, Francia e Inglaterra, con su fiebre aftosa y sus vacas con cerebros achicharrados, nos van a quedar chiquititas.

¿Saben por qué? Porque somos una isla, un laboratorio flotante de la naturaleza, que por poseer la mayor riqueza biológica del mundo, porque jamás se le ha introducido un elemento de perturbación tan peligroso como aquellos organismos genéticamente modificados en los laboratorios, nos hemos ganado la admiración de la comunidad internacional. El prestigio que tiene República Dominicana ante el mundo no solo se sostiene en la calidad de su producción de alimentos orgánicos, de los cuales somos una superpotencia, ni siquiera por el turismo (los europeos prefieren ir a la Saona antes que ir al paraíso celestial), sino, por su inmensurable biodiversidad.

Sin embargo, no es eso lo que nos puede salvar de los transgénicos. Ni siquiera la salud del pueblo dominicano, ni la ley que no tenemos, ni mucho menos el IIBI que amenaza con la apertura imprudente de un laboratorio para «certificar» ADN recombinante. Nos salvan los intereses. El riesgo de perder el todopoderoso mercado europeo de productos orgánicos.

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