CONSULTORIO ECOLÓGICO

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Especialista en recursos naturales
P. Profesor, ¿qué hay de cierto en la información de que nuestra isla está seriamente amenazada por la desertificación?

R. Aunque muchos dominicanos lo ignoran, la isla en que vivimos y que compartimos con la hermana República de Haití, el proceso de desertificación ya cubre dos terceras partes de nuestro espacio insular. La parte occidental de La Hispaniola aparece en los mapas mundiales como una de las áreas del planeta más amenazadas por los procesos que preceden los desiertos y en la parte oriental, República Dominicana, va en la misma dirección y aun ritmo igualmente alarmante.

Para 1986, cuando el mundo terminaba de celebrar el “año internacional del bosque”, la FAO estableció que 13 millones de tareas del territorio dominicano se encontraba en franco proceso de desertificación, situación que se ha agravado considerablemente desde entonces, con el aumento de la población y los conflictos de uso de suelo.

Pero para percatarse de realidad, basta con darle una ojeadita a lo que está pasando en la zona sur del país, pues la deforestación, la ganadería intensiva y los incendios forestales, que anualmente consumen cientos de miles de tareas de bosques, muy especialmente en la vertiente sur de la Cordillera Central, Sierra de Neiba y la misma Sierra de Bahoruco.

Esa pérdida de capacidad productiva de la tierra, las sequias cada vez más prolongadas, las inusitadas tormentas tropicales que aparecieron a finales del 2008, que diezmaron inmensos campos agrícolas y barrieron con pueblos y obras civiles vitales para el desarrollo del país, son los elementos más evidentes de afectación al equilibrio ecológico que por siempre ha caracterizado este territorio.

Uno de los elementos más preocupantes de la desertificación que está afectando nuestro país, que ya no se limita a las zonas fronterizas y el suroeste; pues son innumerables los casos que se están dando en todos los sistemas montañosos del país, incluyendo el Cibao y la porción oriental de nuestro territorio; es, indudablemente, el languidecimiento, intermitencia y muerte de nuestras fuentes de agua. Pero no solo es el caso de los miles de manantiales que han desaparecido, sino que el Yuna, ya no es el otrora caudaloso rio, pues es un hilito de agua que pasa por Bonao y lo mismo está ocurriendo con los Yaques, el Nizao y demás fuentes hídricas vitales para la producción de alimentos y el abastecimiento a los principales asentamientos humanos en todo el territorio dominicano.

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