Consultorio Ecológico

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Eleuterio Martínez

P. Profesor, ¿para qué se protegen las áreas protegidas?

R. En primer lugar, para salvaguardar la herencia natural o patrimonio común de los dominicanos, representados por muestras únicas de eventos geológicos no presentes en ningún otro rincón del planeta y por lo tanto, no solo constituyen un valor patrio, sino bienes que trascienden nuestras fronteras para convertirse en tesoros de la humanidad.

Hablamos del Pico Duarte (el techo del Caribe insular), la montaña más alta y única con altiplanos que replican los ambientes templados del planeta, atrapados en una paleoisla del borde septentrional del mar mediterráneo de las Américas. Hablamos del Lago Enriquillo, no solo el más grande cuerpo de agua interior de Las Antillas, si no, en la página ecológica más elocuente de los eventos más trascendentales del mayor archipiélago de este continente, donde todavía sobreviven ejemplares de la fauna que dominó el planeta en tiempos de los dinosaurios.

Pero esos valores tan trascendentales nada tienen que ver con el día a día o cotidianidad de los dominicanos… ¿Qué hay en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas que justifique realmente su existencia o que resulte imprescindible para el desarrollo y la vida del país?

Comencemos por los ríos que le dieron vida a nuestros aborígenes y que sobreviven gracias al régimen legal de protección que los sustentan: Yaque del Norte (P. N. Armando Bermúdez), Yaque del Sur (P. N. José del Carmen Ramírez), Yuna (P. N. Juan Bautista Pérez Rancier), Nizao (P. N. La Humeadora), Artibonito (P. N. Nalga de Maco). Sin ellos no habría agua para abastecer tres millones de almas que viven en la capital dominicana y otro millón en Santiago de los Caballeros, sin contar con la agricultura que se desarrolla en los graneros del Cibao, el Valle de San Juan, Plena de Azua, Bajo Yaque del Sur y la Llanura Baní – San Cristóbal.

Todos ellos constituyen la alfombra boscosa que capta y distribuye el 80% de las aguas indispensables para la soberanía alimentaria a la que aspiramos y al sustento del sistema hidroeléctrico nacional. Si pensamos en Haití, quiérase o no, nuestro hermano siamés, su única fuente de agua segura, nace y depende de dos áreas protegidas dominicanas (Nalga de Maco y Sierra de Neiba).
Sin embargo, hay otros valores que trascienden todo lo anterior: en estos lares, se protege el tercer punto más rico en formas de vida que le queda al Planeta Tierra.

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