P. Profesor, ¿Cómo se explica que el año 2023 haya sido de lluvias y sequías?
R. Ese es el desafío del cambio climático, que ya no solo es preocupación de los profetas de nuevo cuño que se albergan en los laboratorios de las mejores universidades y centros de investigación de fama mundial, para hacer sus predicciones, sino, del ciudadano común, por la cotidianidad y los cambios bruscos que observa, donde no solo se aprecia con entera claridad el fenómeno, sino la amenaza real y seria contra bienes materiales y la propia vida.
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Sin dudas, el 2023 tiene que ser el mejor espejo de lo que nos espera y para lo cual tenemos que estar preparados, como personas, como sociedad, como país. Las lluvias de noviembre no solo dejaron perdidas en millones y millones de pesos que los ministros Limber Cruz y Deligne Ascensión no podían pronunciar públicamente, para no asustar a toda la nación, sino que en Manoguayabo y Santo Domingo Norte, los daños se calculaban en muertes de humildes ciudadanos que se refugiaban en el Cinturón Verde de Santo Domingo, en espacios totalmente inhabitables, por su vulnerabilidad y evidente riesgo de colapso.
Todo ocurrió como una película de terror, pues a comienzos de año, febrero y marzo, pasando por abrir y mayo, ocurrió exactamente lo contrario, cuando la sequía era tan fuerte que, en la Línea Noroeste y el Sur profundo, la agricultura y la ganadería se sumían en la desesperación y la impotencia, por la falta de lluvias. En ese entonces también el ministro de Agricultura estuvo haciendo cálculos sobre las pérdidas, mientras el INDRHI y Meteorología no se atrevían a anunciar pronósticos.
No hay dudas de que el desafío del cambio climático le está quitando el sueño a los más despistados mortales en todas partes del mundo.