P. Profesor, ahora que nos encontramos en el tránsito de un año para otro, caracterizado por los avances inocultables en el desarrollo de megaproyectos o grandes infraestructuras civiles, de cara al futuro ¿se podría hablar de la necesidad de una infraestructura verde?
R. Independientemente del avance de las tecnologías, de las conquistas en la modernidad del urbanismo, de los logros en la innovación en la construcción, siempre habrá que apelar a la naturaleza como base del bienestar humano y su crecimiento espiritual o calidad de vida, o simplemente de su satisfacción de vivir, porque ella, Mamá Natura, es insustituible y la esencia misma de la vida.
No hay dudas de que el porvenir o el desarrollo de los pueblos viene marcado por las grandes infraestructuras viales, monumentales, rascacielos y sobre todo, acompañado de los avances tecnológicos, en cuanto a la digitalización, a la comunicación en todas las direcciones, a la inteligencia artificial y la robotización… y todo eso está bien o al menos, son los signos de los tiempos, los elementos que establecen los parámetros para medir la velocidad de los cambios que experimenta la civilización…, sin embargo, siempre subyace la realidad que todo lo sustenta, que es el escenario de todo desarrollo y quien tiene que absorber todos los cambios, cuyos límites es preciso conocer para poder continuar o seguir adelante con el modelo de desarrollo que se adopte, sin importar la dirección.
Esa verdad subyacente, silenciosa, pero siempre presente, es la naturaleza.
Y eso tiene que ser así porque el presupuesto vital siempre es el mismo, no cambia y todo intento de modificación crea distorsiones que se tornan inmanejables en la medida en que insistamos en procedimientos equivocados. Nos referimos que nunca habrá una bebida que pueda sustituir el agua para saciar la sed.