La emisión de ruidos innecesarios y el alto volumen de aparatos musicales en negocios de consumos alcohólicos con alborotos tienen ya categoría epidémica en el país, y los mecanismos judiciales y policiales no se extienden contundentemente contra focos de perturbación que afectan la salud emocional y niegan descanso en los entornos.
La quietud y buen clima montañoso de Jarabacoa tienden a desparecer por un turismo grupal de excursionistas alborotadores.
Cunde alarma entre los más antiguos buscadores de sosiego en la tierra de la «eterna primavera».
Impurezas en Boca Chica y Güibia son riesgosas a bañistas por falta de simples barreras artificiales contra oleajes o deterioro de arenales.
Se carece de bloqueado de asquerosidades que llegan de ríos y subsuelos adyacentes receptores a todo dar de aguas negras.
Desechos plásticos que van al Ozama, Isabela y cañadas convierten al litoral capitalino en zona infestada.
En Barahona las sardinas mueren por millares por falta de oxígeno que desaparece del ambiente acuático por vertidos que desarrollan plantas parásitas y en puntos de la costa atlántica pescadores furtivos acaban con una parte frágil de la fauna marina.
La excavación de materiales de ríos y desembocaduras y el represado ilegal de corrientes arruinan la encantadora naturaleza.
La salinidad penetra atroz hacia muchas cercanías al mar por abusivas y no reglamentadas perforaciones de pozos tubulares. Un país contra sus propias bondades ambientales.
Los ejercicios de autoridad son pocos y muchas las agresiones
La basura sin clasificar y la falta de civismo dañan muchos ambientes
El problema no está en propalar el mal sino en sus causas visibles