Complacido el justificado clamor para que el Gobierno aumentara la inversión en la educación, asignando en el presupuesto una partida equivalente a cuando menos un 4% del PIB para la educación, ahora parece que está ocurriendo como cuando a una tubería vieja y oxidada se le mete más agua de la cuenta a una presión inusual.
Nadie puede sensatamente estar en desacuerdo con dedicar más recursos públicos a la educación. Pero a veces el debate sobre la educación pierde de vista que ella sola no soluciona nada. Está por ejemplo el caso de Cuba, donde tras medio siglo de castrismo dizque no quedan analfabetas, tienen licenciados y doctores por pilas y hasta científicos nucleares, pese a que su agricultura depende de escuálidos bueyes. Con toda la educación del mundo es un país hundido en la miseria.
Cualquier nación del mundo puede dedicar enormes sumas de dinero a la instrucción pública y ello sólo no es garantía de que la economía funcionará para abreviar la brecha entre ricos y pobres y generar riquezas suficientes para el bienestar colectivo.
Un aumento de manera impremeditada del gasto o inversión del Gobierno en la educación puede crear tantos problemas como los que busca solucionar. Los dominicanos hemos contado con la triste distinción de uno de los peores sistemas de instrucción pública del mundo.
Desde hace muchos años, en la escuela primaria se imparten diariamente poco más de dos horas de clase, mal dadas y con precariedad enorme. En los liceos dominicanos producimos bachilleres incapaces de competir con los de países parecidos y al entrar en la universidad apenas saben leer y escribir, sumar malamente y de pensar ni hablemos. Las universidades parecen fábricas de titulados, pero muy pocas se organizan en torno a estimular el pensamiento, la investigación y la experimentación, fundamento original de la docencia mejor provista.
Pocas personas están prestando atención a una de las raíces del problema: ¿cuáles valores se enseñan en las escuelas? El contenido de un libro de matemáticas puede ser igual aquí o en Cuba. Pero el de un manual de cívica no: he aquí una clave.
En fin, hay que seguir exigiendo mejoras en la instrucción pública. Unos pesos más, por sí solos, no van a arreglar un tollo que requiere voluntad política, destreza gerencial y auténtica vocación magisterial. Y cuidar qué se enseña…