Contestatarios de la globalización

Contestatarios de la globalización

Un mercado cada día más mundial, la internacionalización de productos y tendencias de consumo, la veloz interconexión de transportes y comunicaciones, la expansión de redes sociales. Son todas manifestaciones, entre otras, que han ido haciendo el planeta más pequeño y estrecho. Al desaparecer el mundo socialista europeo algunos soñaron que se daban las condiciones para que se expandiera también un único esquema de valores y organización social y política que quedaría absolutamente regido por la voluntad y visión de la superpotencia vencedora de la “Guerra Fría”. El escenario se fue modelando de manera que percepciones e intereses de naciones líderes se impondrían mediante una red de instituciones “globales” que irían fomentando tratados y acuerdos intergubernamentales que los convertirían en fuentes de un derecho internacional al que todos deberían subordinarse.
No es menos cierto que desde que el mundo es mundo, sus actores han intentado organizarlo conciliando y consensuando intereses de manera que fuese más viable y pacífico. Todo acuerdo internacional en el que los participantes se involucren voluntaria y conscientemente supone ceder parte de soberanía en aras del bien común. Lo lamentable es que ese “bien común” no era equitativamente distribuido y con él se aseguraban mecanismos que potenciaban mayores riquezas de unos a costa de menos riqueza de una inmensa mayoría. Hace más de 40 años se empezó a hablar de construir un “nuevo orden internacional”, fueron muchas toneladas de documentos que se escribieron. Hoy el “nuevo orden” no ha sido más que el afianzamiento del “viejo orden”, por mucho que algunos quieran verlo distinto. Ello explica las violentas manifestaciones antiglobalización que han acompañado a muchos de los encuentros “globales” realizados. Son sectores que se sienten perdedores en la sociedad global; han sido intentos de rebelión contra aquellas élites que perciben como grandes beneficiadas de lo “global”. Pretenden frenar tendencias que, ciertamente, son irreversibles. Se trata de variables que constituyen expresiones inequívocas de un mundo que tiende y pretende ser mejor, pero que todavía hoy día está administrado de manera equivocada. Para que las tendencias globales sean cada vez más eficientes tienen que ser bien valoradas por todos los sectores sociales y para ello todos, absolutamente todos esos sectores, tienen que sentir los efectos positivos de la eficiencia de esas tendencias.
Contradictoriamente, en estos momentos, los principales contestatarios de la globalización provienen del interior de esas élites que han gozado de una posición privilegiada histórica e, incluso, de los propios beneficios de la expansión de las proyecciones globales. Líderes del “primer mundo” que una vez pretendieron forjar un supuesto mundo único ahora se resienten de algunas dependencias globales y aplican un desacelerador que en no pocas ocasiones tiene implicaciones de reversa.
Con realismo hay que reconocer que hay manifestaciones globales que, con más o menos rapidez, seguirán avanzando, pero lo que es ineludible es que todos salgan beneficiados. La peor amenaza en el mundo de hoy es la profunda desigualdad en el que se sustenta lo “global”.