Continúan cayendo

Continúan cayendo

MANUEL E. DEL MONTE URRACA
He estado ocupando una buena parte de mis ratos de ocio leyendo, cuando no volviendo a leer, las letras que nos han legado nuestros grandes pensadores y escritores de todos los tiempos. Un trabajo del eminente intelectual y hombre público dominicano: Manuel Arturo Peña Batlle, que publicara en el año 1925 con el título «Por las Piedras Ilustres», dice, entre otras cosas lo siguiente: «Ayer cayeron al golpe formidable de la piqueta inconsciente e ignora, las piedras legendarias y simbólicas (del Hospital) de San Nicolás: una mano infame, un cerebro microscópico, rubricaron la caída injustificada de aquellas columnas y frisos insustituibles, el sacrilegio se consumó y la afrenta, una vez más, empañó el brillo de nuestro pasado esplendoroso.

Hoy, las piedras que escucharon la prédica evangélica del Apóstol, las piedras que conservaron en sus entrañas el estremecimiento con que nuevos hombres, dominicanos aún en medio de la abyección de entonces, pusieron su firma al pie de un juramento formidable, han caído también al golpe canibalesco de necesidades sin fe en la virtualidad de las piedras ilustres, y sin respeto a la memoria de momentos y de hombres ilustres».

Se refería Peña Batlle en estos lamentos a la destrucción de que fueran objeto, en su momento, dos estructuras diferentes: la monumental edificación erigida a principios del siglo XVI, por disposición del Gobernador, Comendador Nicolás de Ovando, para que sea convertido en el primer hospital que surgiera en el Nuevo Mundo, y la modesta casita en que se fundó «La Trinitaria», es decir, la que fuera cuna de nuestra independencia.

Hechos tan lamentable como éstos no han sido los únicos que se han cometido en desmedro del legado histórico-arquitectónico heredado por los dominicanos de gestas inmortales de todos los tiempos. A éstos le han seguido otros igualmente imperdonables.

Recientemente, hubimos de enterarnos de una noticia, igualmente lamentable, a las que describe magistralmente Manuel Arturo Peña Batlle. Consiste la noticia en un destructor incendio, producto de las condiciones inaceptables en que todavía permanece una buena parte de las estructuras que componen nuestra Ciudad Colonial, que amagó con repetir lo ocurrido tantas veces. La diferencia consiste en que en esta ocasión las piedras ilustres no cayeron a golpe de piqueta, ni por obra de la naturaleza. Siguen en pie aún, pero a punto de caer derribadas por la inconsciencia e indiferencia por las que han caído tantas otras importantes de ese pasado glorioso, que convirtió a Santo Domingo, no solamente en la primera capital del Nuevo Mundo, sino en el lugar donde se tejieron y decidieron los demás acontecimientos históricos que se derivaron de aquel encuentro entre dos mundos.

Lo más lamentable del caso, no es solamente el hecho de que sigamos resistiendo tranquilamente la desaparición de esta gran reliquia, con la pena de que con ella desaparece la grandeza material de nuestro pueblo, y que como nos dice Peña Batlle: «amar, respetar, considerar las cosas del pasado, las cosas grandes que nos han precedido, y que se han constituido en bien de nosotros y para bien de quienes nos sigan en el curso de las generaciones humanas, es propio de grandes pueblos; hacer amar y hacer respetar y considerar las cosas del pasado, promover su conservación, asegurar la no profanación de esas cosas; hacer de ellas permanentes lecciones de civismo, todo eso es propio de grandes gobiernos».

No. Tres cuartos de siglo después de esta lapidaria sentencia, las cosas han cambiado, los fundamentos son los mismos, más otros, tan importantes como aquellos, adquieren en estos momentos otras connotaciones que van acorde con los tiempos presentes. Me refiero a su importancia para nuestro desarrollo material, sin el cual habremos de quedarnos sin pito y sin flauta. Me refiero a su importancia para consolidar un crecimiento sustentable del principal renglón de nuestra economía: el turismo, en su vertiente cultural, complemento del que hemos estado explotando exitosamente.

Que el incendio ocurrido en días pasados, que casi devoró otras piedras ilustres del siglo XVI, y puso en peligro la vida de decenas de seres humanos, y sabrá Dios cuántas reliquias más, nos sirva de clarinada, y de punto de partida de lo que hemos debido estar haciendo hace tiempo.

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