La lucha por el poder, por alcanzarlo, retenerlo y evitar que nos aplaste ha sido una constante de la raza humana. Es la eterna lucha entre el dominio y sometimiento, y la liberación. En términos políticos y económicos, Marx la definiría como la lucha de clases. En la sociedad capitalista, que le sirvió de modelo, entre la burguesía que posee los medios de producción y controla los poderes públicos del Estado para su beneficio, y los que teniendo poco, nada pierden; que no sea el yugo causante de su pobreza y marginación.
En la actual etapa del neoliberalismo, la globalización y el capitalismo salvaje, estalla la peor crisis financiera y económica que con su pesado lastre asola no ya tan sólo a los más empobrecidos, meciendo el pánico entre los poderosos que los medios corporativos, aliados al sistema enmascaran, manipulando y falseando datos y hechos inocultables, que provoca la reacción de una juventud rebelde y movimientos cívicos de sociedad civil organizada y partidos emergentes con un mayor nivel de consciencia, apoyados en las redes sociales, periódicos digitales, analistas independientes que compactan la resistencia para poner límites a los excesos, manteniendo en jaque un sistema deshumanizante en contrapunto con principios fundamentales de solidaridad, participación, igualdad y justicia social, para alcanzar el desarrollo humano, el bienestar social y el progreso de las naciones.
Hoy los pueblos del mundo, armados de modernas herramientas del saber y la información, asumen un papel más activo en la lucha desigual contra todo poder usurpador, despótico, simulador o irresponsable y sus causas. El Leviatán de Hobbes, Estado totalitario que nos engulle insensiblemente; o el laissez faire del neoliberalismo, del mercado libre, empecinado en doblegar y empequeñecer al Estado y reformarlo a su conveniencia, contrario a toda regulación que restrinja los privilegios e intereses particulares, partidarios o de empresas corporativas actuando bajo la cobija de un sistema y un método operacional que niegan la esencia de todo régimen auténticamente democrático.
Hecho a la medida, en función de sus apetencias políticas de dominio y riquezas, el sistema no da la talla. A sus manejadores les falta el hado virginal del querer ser. Sus gobiernos se repiten. No han podido ni han querido gobernar poniendo en primera línea las prioridades nacionales: atacar las causas reales de la pobreza, la marginación y el desempleo; mejorar la calidad de la educación y de la salud, preventiva y hospitalaria; asegurar el bienestar social, la seguridad ciudadana, la conservación de nuestros recursos naturales y de una cultura de valores identificada en el respeto del debe ser ético para vivir y disfrutar del cumplimiento de derechos, deberes y obligaciones.
No es como se alega que el Estado sea, por naturaleza, incapaz y corrupto; o que esa condición sea propia de nuestro pueblo, desmentida por la entereza de líderes civiles y militares, de intelectuales e hijos de Machepa, históricamente enrolados en las filas del patriotismo y la dignidad nacional. Es que, desde sus orígenes, el Estado ha sido secuestrado por el poder corruptor y los malos gobiernos que han usurpado y usado el poder del soberano impunemente, como cosa propia, sin respeto alguno, cubriendo de ignominia la Patria.