Contra toda esperanza, mañana será mejor

Contra toda esperanza, mañana será mejor

La generación de los 50s, y ahí me hablan, ha sido espectadora y beneficiaria de saltos espectaculares en el desarrollo económico y social. Esto es verdad de Dios en lo global, lo local, lo familiar y en lo individual.

Como prueba basten dos que tres botones. En la actualidad, la esperanza de vida al nacer, 74 años, es sesenta por ciento más alta que cuando yo nací. De media, mis nietos vivirían mucho más que yo. Aunque por fortunas de la vida soy de los que sigue aún aquí para contarlo, y espero más. Me estoy cuidando.

El tiempo pasa, y cambia. Hoy, aquí, un niño nace con una media de PIB per cápita bajo el brazo de diecisiete mil dólares, en paridad de poder de compra. ¡Buena alforja!. En los 50s eran sólo cosa de mil.

La mortalidad infantil, dada por el número de niños fallecidos por cada mil nacidos vivos, es de 24; en la década de los 50s era más de 100. Si nacían, por la obra y por la gracia de placer humano y la voluntad divina y la eficaz intervención de las parteras; si nacían, luego, fácil se morían. Recuerdo la relativa frecuencia de los baquiní, que así se les llamaba a los entierros de angelitos. Se los hacía cantando. Cantos de prosa rara, inocente, boba.

Antes era muy fácil morirse. Los viejos de verdad, materia escasa. Con el paso de las décadas, por fortuna de la investigación, la ciencia y la tecnología y por las políticas sociales, la cosa fue cambiando. La vida fue volviéndose más resistente. Hoy, en República Dominicana, cosa de 7 de cada cien ciudadanos andan con 65 años o más a cuestas. Son juventud de antes. En los 50s, era menos de 2 de cada cien.

La gente hoy tiene mucho más acceso a los servicios de salud, educación, comunicación, cultura. Tiene más acceso a infraestructuras. Se transporta y se comunica mucho más. Todo esto, con escalada calidad. Vivir regados en el territorio, como en aquellos tiempos, ponía la cosa más difícil. En aquellos años, solo 36 de cada cien ciudadanos vivían en conglomerados urbanos o ciudades; hoy, 81 de cada cien ciudadanos. Esto facilita la vida, los cuidados, el acceso a los servicios. El resultado es más salud, socialización y larga vida.

Desde los 50s para acá hemos sido testigos y beneficiarios de una auténtica revolución tecnológica en todos los ámbitos, incluidos los servicios de salud. Estos, en mayor o menor medida, están al alcance de cualquiera. ¿Quien no tiene un tío o una abuela acá, allá o acullá en el territorio beneficiándose de una tecnología de salud determinada? Y gracias a ello, viviendo más y mejor.

Es el caso de Doña Nisa, 89 años, en La Agüita de José Liborio, San Juan de la Maguana. Ha visto pasar el tiempo, y ahí está. En precariedad, pero vivita y fumando. Gracias a los servicios de salud (consulta médica) y sus pastillas, jarabes y pomadas y otras atenciones sufragadas en mayor medida por el gasto de bolsillo de uno que otro familiar que haciendo de tripas corazón extiende el gasto solidario. Pronto, la Vieja (así amorosamente la llaman sus nietos) tendrá su silla de ruedas, gracias a la acción de los Rotarios. Ojalá que pronto se concrete y se arrime por ahí y sume el hombro soberano de una política social. Un SENASA, ¡quiera Dios!

De los 50s para acá pasaron muchas cosas. El mundo venía de un primer medio siglo bárbaro, terrible. Pasaron cosas desastrosas. Las dos guerras mundiales, una pandemia que aniquiló cosa del 2 por ciento de la humanidad, la Gran Depresión de inicio de los 30s, un sistema mundial desarticulado, condiciones materiales aciagas y un desarrollo de la investigación, la ciencia y la tecnología muy imberbe y escasamente enfocado todavía en la salud, a la vida y la seguridad de las personas. Este escenario colocaba a la humanidad en condiciones de indefensión ante las adversidades frecuentes de la vida. La gente llegaba a viejo por la misericordia de Dios, o del azar.

Así era aun cuando yo nací. Ahora es mejor y mañana más.

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