Contra una absurda norma migratoria panameña

Contra una absurda norma migratoria panameña

Las autoridades panameñas están aplicando una barbaridad en materia migratoria que solo se explica, más no se justifica, en el reino del absurdo y la arbitrariedad que en ocasiones incurren los Estados.

Ante la ausencia de información, esa es la conclusión a la que puede llegarse por el hecho de que dentro de sus normativas migratorias, Panamá exija que los visitantes con visa de EE.UU. hayan estado en territorio norteamericano seis meses antes.

Si en principio esta medida no parece tener explicación, por lo menos vista desde una óptica lógica o razonable, aún es más extraña y discriminatoria porque sólo se aplica a ciudadanos dominicanos y venezolanos con visas estadounidenses.

Este tratamiento excluyente afectó a un grupo de vacacionistas de ambas nacionalidades que viajaba a bordo de un crucero por el Caribe, ya que forzosamente se vio obligado a permanecer en el buque cuando arribó al puerto de Colón, Panamá, una de las escalas del itinerario caribeño.

Este inconveniente, provocado no por los responsables del crucero, sino por la migración panameña, impidió que estos viajeros descendieran para conocer Ciudad de Panamá y hacer una de las excursiones disponibles, entre la que se destaca ir a la Zona del Canal para ver la ampliación de esta maravilla de la ingeniería que permitió unir dos océanos a través de un istmo, dando origen a la expresión “dividir la tierra para unir al mundo”.

Al ser notificados del impedimento, los viajeros reaccionaron con una mezcla de enojo e impotencia, ya que Panamá requiere además que sus pasaportes fueran retenidos a bordo durante la estadía como medida extrema para garantizar el cumplimiento de la regulación.

Este fue el punto de mayor irritación y desconcierto porque no había manera de externar tal sentimiento a las autoridades panameñas y la tripulación del crucero no podía hacer otra cosa que seguir al pie de la letra la citada restricción, so pena de exponerse a perder en otras travesías la posibilidad de anclar en Colón como parte de su itinerario periódico.

Con sobrada razón, algunos de los viajeros perjudicados por la medida, entre ellos un empresario venezolano dedicado a la fabricación de casas de campaña, dijeron sentirse tratados como si fueran delincuentes, porque sólo o una presunción o sospecha de que se pretendería cometer un acto ilegal podría justificar la señalada restricción.

Enterados de la situación, algunos viajeros coincidieron en lo insólito de la medida y la perplejidad mostrada era de tal grado que llegaban a dudar de que fuera un hecho real.

Dijeron que aunque cada nación o estado tiene perfecto derecho a establecer sus políticas de acceso migratorio, estas debían ser coherentes y debidamente informadas de gobierno a gobierno a los países de procedencia de cruceristas o turistas que viajan por vía aérea.

Ante la situación surgida, uno de los dominicanos se comunicó en Santo Domingo con una periodista que a su vez hizo contacto con la embajada dominicana en la capital panameña para ponerle al tanto del problema y tratar de lograr una solución coyuntural.

Después de un tiempo de gestión un funcionario de la legación diplomática dijo que no podía interceder porque el departamento de migración panameño estaba a cargo de un recién designado que, a diferencia de su antecesor, que era amable y muy receptivo, su sustituto tenía un trato refractario a cualquier planteamiento.

Ante todo esto, los viajeros se preguntaban: ¿Quién con visa estadounidense de 10 años y viajando en crucero trataría de quedarse en Panamá? ¿Hay un acuerdo entre EE.UU. y Panamá para administrar o verificar el historial de visitas previas a la gran nación del Norte? ¿Es una medida apoyada de manera unilateral como entreguismo obsequioso por menosprecio a la visa estadounidense?

Finalmente, optaron por disfrutar más intensamente las atenciones y facilidades del crucero en el resto de la ruta, minimizando la dificultad, quizás siguiendo la enseñanza referida por Borges, de que Bernard Show, tras oír la queja de una delegación irlandesa que fue a verlo para contarle lo mucho que ellos habían sufrido, les dijo “ser maltratado no es un mérito”.

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