Contracanto a la vanidad

Contracanto a la vanidad

POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Hace unas semanas pasó el anunciado Premio Casandra 2005. La prensa dio cuenta del evento. Antes del día publicó con titulares que una de las “divas” gastaría medio millón de pesos en su (des) vestido. Dijo la prensa luego que la “diva” había contestado que era el país el que estaba en crisis, no ella, al responder a la pregunta de por qué gastar tanto en medio de tanta crisis y miseria.

Los medios escritos y televisivos destacaron una y otra vez los vestidos, sus diseños y sus diseñadores. Los críticos dijeron que la producción no fue buena, que la conducción tampoco. Y habló el productor y dijo lo que dijo. Y hablaron todos y dijeron lo que dijeron. Y nadie ha hablado de los artistas premiados. ¿Importa algo, acaso? ¿A quién se debe la gran inversión que se hace en el Casandra? ¿No es para premiar el talento artístico nacional? ¿Se sabe quiénes ganaron? Pocos lo recuerdan. La gente tiene más pendiente el morbo del espectáculo, y de los no-trajes de las no-mujeres que gastaron fortunas para pasear por la llamada “alfombra roja”.

Y nuestro Casandra, el único premio que apoya al artista dominicano (no necesariamente al arte) se queda en la periferia, perdiendo lo esencial. El arte clásico y el teatro, y ahora otras categorías que no entendí son reconocidos en la clandestinidad, y luego son dados a conocer por segmentos diferidos que se pierden. ¡Qué pena me dio ver a Juan Luis Guerra recibiendo su clandestino premio! Y parece ser que el Casandra no es más que una oda a la vanidad de las divas, quienes cada año compiten para ver cuál enseñará más sus atributos físicos. Es la única cualidad (¿?) que pueden mostrar. ¿Podría prohibírsele a esas mujeres que se queden en sus casas? ¿A qué van? ¿Participan en algo, además de pasearse por la alfombra roja?

Cuando veo esos espectáculos pienso tantas cosas. ¿Podré yo defender su causa porque pertenecen a mi género? ¿Forman esas mujeres (¿mujeres?) parte de mi género? ¿Acaso la exhibición de senos ayudados de siliconas, vientres configurados con bisturí, pelos con extensiones fabricadas y colores de agua oxigenada, rostros cubiertos de espesas capas de maquillaje para ocultar su verdadera identidad, forman parte de la lucha de las mujeres? ¿Saben ellas cuántas mujeres han luchado por ganar a base de arduo trabajo un espacio social? ¿Acaso despertar el morbo de los hombres es parte de la estrategia de ganar presencia pública y fama temporal? ¿Sabrán esas mujeres que la belleza es efímera, que el tiempo se encarga de sacar a la luz nuestra verdadera realidad, nuestros defectos físicos?

Escribo todo esto y me sorprendo de hacerlo. Quizás con este artículo esté yo haciendo lo que ellas buscan. Pero como mujer no puedo permitir que un grupo de seres humanos, que dicen ser mujeres, manchen la imagen de las verdaderas mujeres que han trabajado tan duro por abrirnos el espacio social.

Cuando veo estas competencias de cuerpos esculpidos a base de dinero, pienso en mujeres como Ercilia Pepín, que ganó su lugar en la historia batallando en las aulas y en las calles. Y cuando las veo pienso en las valiosas mujeres de la Independencia que lograron romper las barreras culturales y abandonaron sus casas para preparar los cartuchos que los hombres utilizarían en el frente. ¡Pobre Manuela Diez! ¡Pobre María Trinidad Sánchez! ¡Pobre Doña Chepita! ¡Pobre Concepción Bona! Y pienso en Abigail Mejía que luchó hasta el cansancio por conquistas políticas de importancia. Gracias a ella y otras mujeres tenemos nosotras, ellas también, el derecho al voto. Pienso en la siempre eterna Minerva Mirabal, bella, inteligente, culta y valiente. Pienso en sus hermanas que resquebrajaron esquemas y lucharon contra el tirano. Hoy contamos con valiosas mariposas, quizás algunas en el olvido injusto. Van mis memorias a las eternas heroínas de la vida: Dedé Mirabal, Sina Cabral, Josefina Padilla y Gladys Gutiérrez, entre otras.

No puedo permitir que la memoria y la labor de estas mujeres sean opacadas por cuerpos hechos, cabezas vacías y ambiciones sin límites de especies femeninas. No puedo callar tampoco porque la prensa, buscando el impacto de sus noticias, se hace cómplice. Se convierte en vehículo difusor del hedonismo sin límites, del culto a la belleza fabricada, de la mujer- mercancía. Y buscando sus noticias para impactar con informaciones hilarantes, reproducen esta cultura machista, que segrega a la mujer y la coloca en la vil posición de objeto deseado. Posición que tantas mujeres han luchado por superar. ¡Maldita seas vanidad sin límites!

Escribo esta perorata feminista a pocos días de la celebración del Día Internacional de la Mujer. Un día ganado con sudor, sangre y fuego. Un día que no fue alcanzado con sonrisas ni exhibiciones de cuerpos voluptuosos, sino conquistado día a día de lucha tesonera y cotidiana.

msang@pucmm.edu.do

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