Contradicciones, achaques y peripecias del capitalismo criollo

Contradicciones, achaques y peripecias del capitalismo criollo

Nuestros empresarios han requerido favores del Gobierno para su protección

Los contradictores del socialismo marxista elaboraron diversas teorías normativas sobre la superación del capitalismo tercermundista, subdesarrollado o en vías de desarrollo.

Rostow y su “Take Off”, o Teoría del Despegue, proponía cómo levantaríamos vuelo desde el atraso para alcanzar a los países desarrollados. Portes que la brecha tecnológica dejaría definitivamente en un limbo a países que no se insertaran en el proceso desarrollista (ejemplo, Haití).

Décadas atrás, Friedman afirmó que nuestros empresarios tendrían mejores probabilidades para competir en el mercado mundial si hubiese menos interferencias del Estado y los bancos centrales.

Toda esta teorización quedó empantanada en las dificultades de nuestra realidad económica, cultural, política y, especialmente, geopolítica.

Cuando pienso en las dificultades para el despegue, en este anhelado salto dialéctico (marxista), lo asemejo al del trapecista, que al instante de saltar al vacío necesita la certeza de que del otro lado lo esperan, de manera sincronizada, unas manos fuertes y amigas para sujetarlo y evitar su caída. Aún así, tiene que ensayarlo infinitas veces, bajo condiciones de extrema seguridad.

Los industriales de nuestros países crecieron, ellos y sus ancestros, en sistemas proteccionistas. Negocios monopólicos, amparados en el poder político que no podían crecer más allá de las fronteras nacionales.

Pero jamás soñar con innovaciones que compitiesen en mercados regionales o mundiales. Todo empresario que se salía de su zona de confort monopolístico sufría consecuencias indeseables.

Los empresarios criollos más adelantados, sustituidores de importaciones, también estuvieron amenazados por los importadores de productos competidores, tradicionales o emergentes.

Nuestros empresarios han requerido los favores de los gobiernos de turno para protección propia, en forma de exoneraciones, y gracias o acuerdos especiales; pero también han acudido a jugadas monopolísticas extremas, como bajas de precios temporales (dumping), para sacar de juego a empresas nuevas o pequeñas incapaces de soportar dichas jugadas.

Nuestros manufactureros requirieron zonas “francas” libres de impuestos, con exoneraciones y facilidades que, por razones diversas y complejas, aparte de la mera acomodación a los privilegios, han hecho muchas veces difícil ver a nuestros emprendedores convertirse en los capitanes de industria que describiera Schumpeter, saliendo a pelear por sus propias fuerzas en la mar abierta y peligrosa del capitalismo salvaje.

Diversas estrategias desarrollistas de la industria local han fracasado, y las protecciones de corto plaza se han alargado o eternizado.

En medio de todo esto, los políticos han sido “socios de piedra”, que esperan su parte de los negocios “facilitados”, sin que el despegue o el salto cualitativo se produzca para llevarnos al mercado capitalista abierto; llegándose, con muchas dificultades, a la competición restringida en mercados regionales condicionados por los grandes países.

El capitalismo es difícil aún para los “pejes grandes”. Y las grandes potencias nunca estarán dispuestas a aceptar que ningún paisito venga a complicarle sus grandes juegos geopolíticos.

Son reglas de juego que a menudo quisiéramos olvidar: Los negocios e inversiones pequeñas y medianas tienen que “buscárselas” pescando en laguitos interiores, porque ni con los ritos de los trobriandeses (Malinowski) estarían seguros mar afuera. No es casualidad que tengamos tanta piratería y tanto tigueraje.

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