Contradicciones ecológicas

Contradicciones ecológicas

PEDRO GIL ITURBIDES
La misma edición de este diario que daba cuenta de la tala de árboles en varias regiones del país, publicó la noticia de los esfuerzos de Japón por lograr que el mundo reduzca la emisión de gases tóxicos. Empeñado en esta tarea, el primer ministro nipón Shinzo Abe ha conversado con jefes de gobierno de varias naciones, incluyendo los Estados Unidos de Norteamérica. Los japoneses, conforme la noticia publicada, buscarán acuerdos de consenso en la obra de reducir el calentamiento global. Y ello porque han contemplado que gobiernos como el estadounidense son remisos a poner en vigencia el Tratado de Kioto.

Aquí, en cambio, procuramos recalentar el suelo del país. Menudean las informaciones relacionadas con la destrucción de las escasas zonas de bosques que a duras penas han  sobrevivido a nuestra inclinación destructiva. Cortan árboles en la Línea Noroeste. Cortan invaluables matas de caoba en el norte, en la provincia de Puerto Plata.

Aniquilan árboles en Constanza, en una operación que advierten funcionarios municipales cuenta con apoyo de los llamados a proteger los bosques. El Ayuntamiento del Distrito Nacional corta costosos árboles de maderas nobles en la ciudad de Santo Domingo, para sustituirlos por individuos de especies de arbustos.

No pocas veces se observa la eliminación de yerbas en laderas de alcantarillas a cielo abierto y en cañadas, «para limpieza». Quemamos árboles para aprovechar el terreno forzadamente yermo en cultivos conuqueros ocasionales. Sacamos palmas sembradas por la naturaleza en los terrenos circundantes a la laguna Rincón para traerlas a Santo Domingo, en una operación de valores prohibitivos. Poco hacemos, en otras palabras, por lograr el enfriamiento del planeta Tierra.

En este propósito trabajan europeos y japoneses, y con deseos de sobrepasar a aquellos, estos últimos. La información publicada expresa que los japoneses crearán un generoso fondo para financiar a naciones en vías de desarrollo, en programas de reducción de los gases tóxicos. Una de las vías puede ser la reducción de las emisiones industriales y de la transportación. La otra, la siembra de árboles, pues sabemos que éstos son capaces de descomponer algunos de tales gases en el proceso de fotosíntesis.

Mas nosotros no estamos preparados para ninguno de ambos programas. Ninguna campaña de siembra de árboles ha sido eficiente. La prueba son las publicaciones de HOY, a las que aludimos arriba. De mediar alguna forma de preocupación por la destrucción del equilibrio ecológico, no estaríamos tumbando árboles a diestra y siniestra. Escuchamos empero esas campañas, como quien oye llover. Después de todo, a un árbol de caoba madura plantado por el Jefe setenta años atrás se le sacan unos buenos pesos.

Bajo tal indisposición hacia los árboles, ¿cómo podríamos optar por recibir financiamiento no reembolsable del programa que abrirán los japoneses? Tal vez si visitásemos ese país y viéramos cuán maravillosamente han rescatado zonas de vida depredadas o dañadas, advertiríamos cuánto podemos lograr en este clima tropical. Y esos logros podrían abrirnos las puertas a programas de conversión de deuda por naturaleza.

Ejemplo típico del trabajo de los japoneses son los bosques restaurados en la isla de Kiussiu. Recorrer los bosques recreados entre Beppu y Oita es asistir a una escuela de transformación de la mentalidad predadora. No solamente renovaron bosques aniquilados durante la última gran guerra, o bajo el imperativo del progreso. También reintrodujeron especies de la fauna propia de la isla, que ahora recorren esa zona de vida en tanto el viajero se recrea mirando lo inimaginable.

Antes de cortar el siguiente árbol en las provincias de Montecristi, Puerto Plata, La Vega o en el Santo Domingo del Distrito Nacional, pensemos en el daño que le hacemos al clima. Y busquemos información sobre las magníficas renovaciones de diversas zonas de vida, emprendidas por europeos y japoneses. Tal vez, sólo tal vez, pueda lograrse que superemos estos contrasentidos humanos, entre la pasión de destruir el medioambiente, y el discurso de la salvación de la Naturaleza.

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