Contraste notorio, posible causa de una actitud

Contraste notorio, posible causa de una actitud

Al entrar al supermercado vi a un viejo amigo, el cual se acercó, y con cara de ira contenida, señaló con el dedo índice de su mano derecha a una señora de figura esbelta,

    -A esa tipa, para halagarla, le pregunté si había tenido hijos, y no solo no me contestó, sino que me dio una cortada de ojos que estuvo a punto de hacerme caer de espaldas.

    -¿Le hiciste esa pregunta a manera de piropo? Pues te confieso que no entiendo, repliqué, algo desconcertado.

    -Cualquiera que fuera su respuesta, le iba a señalar que jovencitas de veinte años, deportistas y sin haber parido, envidiarían su carencia de barriga. Pero esa parejera se comporta como si nunca hubiera puesto las nalgas sobre un inodoro -aseguró mi interlocutor, visiblemente despechado.

     Después de colocar en los carritos las mercancías que elegimos en medio de animada conversación, nos acercamos a una de las cajeras.

    El sempiterno galanteador inició de inmediato un discurso tendente a elevar el ego de la empleada.

    -Usted es una mujer afortunada, porque con esa carita, bellamente infantil, lucirá joven hasta cuando haya cumplido los noventa años, y esté llena de arrugas- dijo, con  la típica sonrisa de quien espera una frase de agradecimiento.

   Pero al igual que ocurrió con la bien terminada mujer madura, la cajera permaneció impasible, metiendo números en la pantalla.

    -Jovencita, le dije con tono de crítica, -cuando a alguien le prodigan elogios, debe agradecerlo, y usted se ha quedado como quien no ha escuchado nada.

    -Don Mario, si me llevara de los piropos de los clientes mueludos, creería que puedo ganar un concurso internacional de belleza; y a propósito, una amiga me prestó su segundo libro sobre mujeriegos, chiviricas, y  pariguayos, y me reí muchísimo leyéndolo, pero creo que escribió pocos relatos de tigueronas. Si hubiera hablado conmigo, y escuchado cosas de mi vida puteril, le habrían sobrado un paquetón de cuentos.

    La dama del cuerpazo se acercaba, y cruzó frente a nosotros con cara de pedrada certera.

  -Ah, comprendo ahora por qué la caraja esa es tan antipática -dijo el hombre que se había convertido en ex admirador- resulta que no hay la mínima coherencia entre su figura  esbelta, y su rostro carente de belleza. La cara de arrepentimiento es mayor que el cuerpo de tentación.

    El amigo, la cajera y yo, reímos al unísono.

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