¿Control de la criminalidad o control de la natalidad? (1 de 2)

¿Control de la criminalidad o control de la natalidad? (1 de 2)

OSCAR E. COEN
Nadie pensó que el miedo colectivamente expresado durante la década de los ´90 en los Estados Unidos, podía alcanzar el nivel de histeria de los ´70 época en que  el temor puso a sus ciudadanos a construir y aprovisionar sótanos privados para garantizar la posible supervivencia familiar en caso de un holocausto nuclear. ¿Que razón tan poderosa, luego de la eliminación del muro de la infamia y el descalabro de la Unión Soviética, podía generar tal nerviosismo?.  ¡El aumento incontrolable de la criminalidad!.

El vandalismo, el robo y las violaciones superaban el nivel de lo irracional y competían con las estadísticas de los crímenes y asesinatos violentos para los que no parecía haber contención. Había hecho su aparición un delincuente joven y despiadado que parecía no temer a los cuerpos del orden que se encogían ante la agresividad de este nuevo depredador, y el temor del ciudadano común se esparcia como una mancha de sangre en el algodón de la conciencia colectiva.

Se había desarrollado un delincuente implacable, larvado en las pandillas de adolescentes frustrados y luego recalentados con la incorporación de grupos de inmigrantes ilegales de muy bajo nivel cultural, separados del círculo familiar desde muy temprano o sea carentes tanto de principios como de piedad, refocilados primero en la marihuana y luego en la droga dura y el crack.

“Apenas nos quedan seis años en nuestro país- dijo entonces el Presidente Clinton – para detener esta ola de criminalidad juvenil, so pena de que nuestra nación pase a vivir en caos, y mis sucesores, en lugar de discursos sobre las grandes oportunidades de la economía global, tendrán en su lugar que dedicarse a proteger el cuerpo y alma de nuestros ciudadanos.”

Evocar ese etapa vivida por el vecino país,  nos ofrece  una analogía puntual de la angustia que vivimos los dominicanos en la actualidad.

No obstante, contrario a las predicciones, los índices de delincuencia comenzaron a disminuir, sorprendiendo a los expertos que habían vaticinado lo contrario. Ya en el 2000 el porcentaje de asesinatos en los EE.UU. había caído al mas bajo nivel de los treinta y cinco años anteriores, al igual que toda clase de crímenes desde asaltos hasta robos de vehículos.

Caso paradigmático fue New York donde el número de asesinatos cayó estrepitosamente de 2,245 en 1990 a 596 en el 2003. Un sin número de teorías en apariencia lógicas empezaron a emanar de los expertos, alegando desde un mayor control en la proliferación de armas, nuevas estrategias policiales, el mejoramiento de la economía etc. La conjunción de estas debió sin duda moderar el deterioro, aunque nunca eliminar el causal primario.

¿Como sucedió el milagro?. Dejemos que lo explique el brillante y joven economista, profesor de Chicago University, Steven Levitt, de cuyo reciente best-seller “Freakonomics” (HarperCollinsPublishers) extrajimos algunas de las estadísticas anteriormente citadas:

“Estas teorías fueron transferidas, al parecer sin ser cuestionadas, de los labios de los expertos a los oídos de los periodistas y de ahí a la mente del público convirtiéndose en percepción generalizada. El problema era uno solo: ninguna era cierta.

“En tanto hubo otro factor que sí contribuyó enormemente al declive masivo del crimen en los 1990s. Este tiene su inicio más de veinte años antes y concierne a una joven de Dallas llamada Norma McCorvey cuyo caso, sin intención, alteró dramáticamente el curso de los eventos. Todo lo que deseaba era hacerse un aborto. Era pobre, sin educación, sin destrezas, alcohólica, droga adicta y contando con solo veintiún años ya había ofrecido dos de sus hijos en adopción, encontrándose ahora en 1970 nuevamente embarazada. En Texas al igual que la mayoría de los estados norteamericanos en la época, el aborto era ilegal. La causa de McCorvey fue adoptada por otras personas de mayor influencia y la convirtieron en la principal demandante en una acción judicial colectiva (class-action) en procura de legalizar el aborto. Henry Wade, fiscal del distrito de Dallas actuaba como abogado defensor.

“Con el tiempo el caso arribó ante la Suprema Corte, donde se decidió encubrir el nombre de McCorvey con el de Jane Roe y el 22 de Enero de 1973 la corte falló a favor de Ms. Roe legalizando de esa manera el aborto en todo el país.

“¿Se podría alegar que Roe vs. Wade contribuyó a provocar la mayor reducción en los índices de criminalidad de la historia?.

“Aceptemos que en lo que a criminalidad concierne,  no todos lo niños nacen iguales. Eso no hay que discutirlo. Estudios realizados por décadas demuestran que los niños nacidos en un ambiente familiar adverso son más propensos que otros a convertirse en criminales y lo mas probable es que los millones de mujeres que se hayan practicado un aborto posterior al resultado de Roe v. Wade hayan sido pobres y madres adolescentes solteras para quienes el aborto ilegal resultaba sumamente costoso o difícil de lograr eran a menudo el prototipo de la adversidad. Precisamente las mujeres cuyos niños, de nacer, hubieran tenido las mayores probabilidades de convertirse en criminales. Pero a resultado de Roe v. Wade esos niños no nacerían. Este eficaz causal tendría un efecto distante pero drástico: años mas tarde, precisamente en la época en que estos niños no natos hubieran entrado al inicio de su carrera criminal, el índice de criminalidad empezó a descender.

“Como vemos no fue el control de las armas, ni una economía fuerte o una nueva estrategia policial lo que finalmente acható la ola criminal en EE.UU. sino la cruda realidad de que la fuente de los criminales potenciales se había reducido dramáticamente.

“Ahora cuando los expertos opinan sobre la reducción de la criminalidad (los mismos que anteriormente  veían todo condenado al fracaso) y ofrecen a los medios sus teorías con un giro modificado, ¿cuántas veces citarán la legalización del aborto como su verdadera causa?.”

No solo las mentes preclaras sino, gran parte de los ciudadanos comunes estamos  concientes del origen de las bandas de malhechores, que se expanden como la verdolaga,  en nuestros barrios marginados. Al reflexionar sobre el tema viene a la memoria la ocasión, durante la pasada campaña electoral, en que el entonces candidato Leonel Fernández con su lucidez habitual describió, como los cinturones de miseria diseminados en la periferia de nuestras principales ciudades y conformados primordialmente por campesinos desarraigados,  constituían el potencial fanal y abasto de la criminalidad rampante. Nos indigna recordar la tergiversación que dieron entonces sus opositores a un argumento tan veraz, afirmando perversamente que el candidato acusaba a los campesinos de ser criminales.

Podría resultar aconsejable extrapolar a nuestro país la situación anterior a Wade v. Roe en los EE.UU. descritas por Steven Levitt, y confiar en que un eventual recurso, similar al que favoreció ese país, podría ser el inicio de un detente al espiral vicioso que se nos viene encima, pero factores irracionalmente severos limitan nuestro  optimismo sobre la posibilidad de una salida parecida que permita aliviar esta  situación que tanto afecta el presente y más aún en el  futuro de nuestro nación.  Veamos:

Mediante la publicación de la encíclica Humanae Vitae en 1968, la Iglesia prohibió toda forma de control artificial de la natalidad. Aunque la Humanae Vitae reconoce la importancia del amor sexual en el matrimonio, establece terminantemente que la anticoncepción artificial continúa siendo ilícita.

La encíclica dice concretamente: “Cada acto del matrimonio debe, por sí mismo, estar destinado a la posibilidad de la procreación humana”, y que: “Están prohibidos todos los actos que detengan el efecto natural del acto marital, aún cuando sea efectuado antes, durante o después del acto”. Para evitar el embarazo, la encíclica permite que una pareja casada practique la abstinencia periódica, por tanto abstenerse de tener relaciones sexuales cuando la mujer es más propensa a ser fértil.

O sea, el uso del preservativo es un pecado mortal, el grado más repudiable que puede alcanzar el pecado según la iglesia católica. La doctrina oficial establece que si un(a) católico(a) utiliza un preservativo conciente de cual es la posición de la iglesia, a menos que confiese su pecado y haga penitencia, se coloca voluntariamente fuera del alcance de la gracia de esta. En otras palabras, usa un preservativo y te irás al infierno.

La iglesia, argumentan los partidarios de la ortodoxia católica, no puede cambiar caprichosamente para adaptarse a modernos valores seculares y apelan a siglos de tradición de teología y moral para apoyar sus planteamientos, sin embargo un poco de lectura sobre la historia de la iglesia nos ayuda a enterarnos que al principio de la iglesia latina las mujeres eran ordenadas diáconos, grado inmediatamente inferior al de sacerdote, el celibato entre los clérigos no se impuso en la cristiandad católica hasta el siglo XI y la contracepción y el aborto hasta el día 40 de embarazo estaba permitido hasta el Concilio Vaticano de 1870 (“Constantine Sword” by J.Carrol, HougthonMifflinCo).

¿Qué efecto han tenido esas enseñanzas en nuestra población? pues como era de esperar, los embarazos no deseados,  y lo que es peor la anticipación de un crecimiento exponencial de la criminalidad a medida que esas infelices mujeres víctimas de dogmas injustificables en esta era, pueblan el país de niños que no tienen la más remota posibilidad de superar las limitaciones que le impone la pobreza extrema en que vienen al mundo, y más lamentable, entorpecen el posible progreso de hermanitos(as) que hubieran podido superarse si el magro pedacito de carne no tuviera que continuar dividiéndose cada dos años.

Meditemos con la mayor sinceridad sobre el tema y quizás tanto nuestras autoridades eclesiásticas como seglares decidan imitar la actitud de las monjitas, relatada por el Dr. Peter Piot Director de ONUSIDA y católico en rueda de prensa en Londres el año pasado, encontradas durante su  viaje  al sur de  África distribuyendo preservativos   a las mujeres, cuando les preguntó por que repartían condones desafiando las directrices del Vaticano, una de ellas le respondió: “Roma queda muy lejos”.

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