¿Control de la criminalidad o control de la natalidad? (2 de 2)

¿Control de la criminalidad o control de la natalidad? (2 de 2)

OSCAR E. COEN
No solo las mentes preclaras sino, gran parte de los ciudadanos comunes estamos conscientes del origen de las bandas de malhechores, que se expanden como la verdolaga, en nuestros barrios marginados. Al reflexionar sobre el tema viene a la memoria la ocasión, durante la pasada campaña electoral, en que el entonces candidato Leonel Fernández con su lucidez habitual describió, como los cinturones de miseria diseminados en la periferia de nuestras principales ciudades y conformados primordialmente por campesinos desarraigados, constituían el potencial fanal y abasto de la criminalidad rampante. Nos indigna recordar la tergiversación que dieron entonces su opositores a un argumento tan veraz, afirmando perversamente que el candidato acusaba a los campesinos de ser criminales.

Podría resultar aconsejable extrapolar a nuestro país la situación anterior a Wade V. Roe en los EE. UU. descrita por Steven Levitt, y confiar en que un eventual recurso, similar al que favoreció ese país, podría ser el inicio de un detente al espiral vicioso que se nos viene encima, pero factores irracionalmente severos limitan nuestro optimismo sobre la posibilidad de una salida parecida que permita aliviar esta situación que tanto afecta el presente y más aún en el futuro de nuestra nación. Veamos:

Mediante la publicación de la encíclica Humanae Vitae en 1968, la Iglesia prohibió toda forma de control artificial de la natalidad. Aunque la Humanae Vitae reconoce la importancia del amor sexual en el matrimonio, establece terminantemente que la anticoncepción artificial continúa siendo ilícita.

La encíclica dice concretamente: «Cada acto del matrimonio debe, por sí mismo, estar destinado a la posibilidad de la procreación humana», y que: «Están prohibidos todos los actos que detengan el efecto natural del acto marital, aún cuando sea efectuado antes, durante o después del acto». Para evitar el embarazo, la encíclica permite que una pareja casada practique la abstinencia periódica; por tanto abstenerse de tener relaciones sexuales cuando la mujer es más propensa a ser fértil.

O sea, el uso del preservativo es un pecado mortal, el grado más repudiable que puede alcanzar el pecado según la iglesia católica. La doctrina oficial establece que si un(a) católico(a) utiliza un preservativo consciente de cuál es la posición de la iglesia, a menos que confiese su pecado y haga penitencia, se coloca voluntariamente fuera del alcance de la gracia de ésta. En otras palabras, usa un preservativo y te irás al infierno. La iglesia, argumentan los partidarios de la ortodoxia católica, no puede cambiar caprichosamente para adaptarse a modernos valores seculares y apela a siglos de tradición de teología y moral para apoyar sus planteamientos; sin embargo, un poco de lectura sobre la historia de la iglesia nos ayuda a enterarnos que al principio de la iglesia latina las mujeres eran ordenadas diáconos, grado inmediatamente inferior al de sacerdote, el celibato entre los clérigos no se impuso en la cristiandad católica hasta el siglo XI y la contracepción y el aborto hasta el día 40 de embarazo estaba permitido hasta el Concilio Vaticano de 1870.

¿Qué efecto han tenido esas enseñanzas en nuestra población? Pues como era de esperar, los embarazos no deseados, y lo que es peor la anticipación de un crecimiento exponencial de la criminalidad a medida que esas infelices mujeres víctimas de dogmas injustificables en esta era, pueblan el país de niños que no tienen la más remota posibilidad de superar las limitaciones que les impone la pobreza extrema en que vienen al mundo, y más lamentable, entorpecen el posible progreso de hermanitos(as) que hubieran podido superarse si el magro pedacito de carne no tuviera que continuar dividiéndose cada dos años.

Meditemos con la mayor sinceridad sobre el tema y quizás tanto nuestras autoridades eclesiásticas como seglares decidan imitar la actitud de la monjitas, relatada por el doctor Peter Piot, director de ONUSIDA y católico en rueda de prensa en Londres el año pasado, encontradas durante su viaje al sur de Africa distribuyendo preservativos a las mujeres. Cuando les preguntó por que repartían condones desafiando las directrices del Vaticano, una de ellas le respondió: «Roma queda muy lejos».

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