Son justos los señalamientos de José Mármol. Ellos son la expresión auténtica de una realidad que cohabita en silencio en la sociedad dominicana, la cual hiere a diario, frustra a diario y mata a diario.
Es sorprendente saber que en nuestro país existen en abundancia trabajadores culturales que le hacen tanto daño a la cultura como aquellos que no trabajan por ella. Es de este modo que el trabajo cultural se convierte en una arepa caliente, candela arriba y candela abajo.
La cobardía moral de nuestros intelectuales colocados en importantes espacios de la cultura ha forzado la aparición del sistema de la doble lealtad, la cual estimula la invalidez espiritual como carta de tránsito en los empinados picos del Aéxito@.
Una ola gigante de hipocresía amenaza el carácter de los fuertes en la República Dominicana, quienes se niegan a escamotear la realidad con discursos. Cuando José Mármol declara que prefiere seguir siendo una especie de anacoreta, de outsider, expresa la rebeldía de su espíritu, el rechazo a las vanidades de quienes siendo mediocres, dirigen y deciden la suerte de la nación.
Me incluyo y me solidarizo con el señalamiento de Mármol a la sociedad, a sus dirigentes tradicionales, a sus santos de fango, porque es exactamente el juicio que yo he levantado muchas veces de la misma, la que me hace sufrir con sus evidentes espectáculos y sus grotescas imágenes de dolor y de oportunismo gubernamental, donde el mensaje y el contenido nada importan.
Hoy somos objeto de la despiadada visión de quienes desde el poder jerarquizan el egoísmo como vehículo de prosperidad personal. De esta forma nos han robado el tiempo; el tiempo del deporte, el tiempo de los gimnasios, el tiempo de la lectura, el tiempo de la serenata, el tiempo de los sueños.
Muchos dominicanos parecen no estar conscientes del peligro que corren si continúa prevaleciendo la indiferencia ante la proliferación de la vulgaridad y la pérdida del sentido de la honradez. De ahí que es comprensible la actitud del escritor José Mármol de mantenerse al margen del Amedio cultural por insufrible y miserable@.
Hoy se desprecia al poeta, la libertad, el soneto, la honradez, porque se ha impuesto la razón de los que carecen de razón, la verdad de los que no tienen verdad. La mentira domina, el fanatismo prevalece por medio del diarismo comprometido con la empresa y los intereses mezquinos.
[b]BASILIO BELLIARD:[/b]
El intelectual dominicano acude en auxilio del Poder oficial porque no tiene alternativa de sobrevivencia; actúa en sintonía con las leyes de nuestro sistema social. Ha tenido que adocenarse al servicio del Poder, perdiendo su independencia de juicio y sus iniciativas críticas por genuflexión e indiferencia, cobardía u omisión; o porque carece de opción ética o material. No sólo está Aoutsider@ el que no vive a expensas del Estado, sino también el que pertenece al circuito del mundo laboral extranjero o a la única institución académica autónoma: la UASD. Al margen de esas opciones, casi todos nuestros intelectuales medran a la sombra del Poder. Ahora bien, esa subordinación tiene sus límites y su nivel de compromiso. Intervenir en el aparato estatal no implica asumir, sumisa y obedientemente, todas las políticas oficiales, sus ritos proselitistas y sus lineamientos envilecedores y deshumanizantes. El intelectual ha de ver más allá de las circunstancias, las coyunturas y los propósitos malsanos de un mandatario maquiavélico y perverso. Los ejemplos sobran: Hitler, Trujillo, Mussolini y Stalin. De la adulación y los aplausos una Nación puede caer en el abismo de las lágrimas, la sangre y la degradación moral.
José Mármol acierta cuando dice que el Aintelectual orgánico… se trocó en intelectual inorgánico, invertebrado, vacío de principios y de ética humanística, lleno sólo de egoísmo, falsas ideologías y afán de lucro@. Pienso que la creación de la Secretaría de Estado de Cultura ha sido un gran y anhelado logro para la clase intelectual dominicana, pero nos ha permitido desenmascarar sus ambiciones mercuriales, el afán de progreso material y el éxito personal, cualidades que creíamos impropias de los intelectuales, sujetos que pensábamos más soñadores, amantes de escribir una gran obra literaria o de servir como modelo a las nuevas generaciones, a emergentes escritores o a sus alumnos. Cuando viajan no promueven a nuestros escritores, y cuando regresan no traen nada provechoso; sólo persiguen la autopromoción en el extranjero o la traducción y publicación de sus obras. Es penoso que promuevan no la transformación cultural, sino la continuación de lo siniestro y lo atávico, la indecencia y la ignorancia, a cambio de oportunidades personales. Vivimos el Apocalipsis del espíritu crítico y la muerte de los valores espirituales. Importa menos escribir la buena novela, el cuento, el poema o el ensayo que alcanzar un puesto en el tren oficial. O visitar las tiendas y los restaurantes, que visitar las librerías y las bibliotecas; comprar un carro que tener una biblioteca personal.
Un intelectual no tiene partido, no hace militancia partidaria; debe ser conciencia moral de la sociedad y exigir respeto por sus ideales, condición e investidura. Me duele verlos azuzando un candidato con ningún parecido a ellos, sólo a cambio de canonjías, prebendas, viajes y permanencia en el aparato burocrático; sumisos, ciegos, sordos, vendidas sus palabras, ya perdidas, devaluadas, pero archivadas por la historia; grabadas sus voces televisivas, y guardadas para que el futuro los juzgue. Se perdieron las palabras; ahora debemos recuperar su dignidad y decoro. Lastima ver sus nombres justificando lo injustificable o defendiendo la demagogia gubernamental y la falacia de un gobernante autoritario, discriminador, homofóbico, machista y Kitsch. Así ha sido de un tiempo a esta parte.
Vivimos acaso el ocaso de las ideas y la dignidad ética, sepultadas por la asfixia moral y la crisis de los paradigmas que nos legaron nuestros próceres, padres tutelares y maestros.
José Mármol, con un estilo hermoso, punzante e incisivo, acierta al hacer una crítica a la figura del intelectual dominicano, en un análisis que también es válido para el intelectual latinoamericano moderno, desde el punto de vista de un ética del discurso y desde una vertiente humanística, en la que la esencia de su discurso no está exento de utopía, mística y humanismo.