“¿Contubernio?”

“¿Contubernio?”

“Que cada quien haga su propio mea culpa antes de que sea demasiado tarde…”.

“¡Oye Píndaro! –grita Beto- ¡Escóndeme esta alianza que te voy a confiar por debajo de la mesa, que no quiero caer en un ganchooooo!”… Mientras esa voz se alza a lo más alto, todo el vecindario sigue su vida tan campante como el que más… Nadie se inmuta… Nadie se atreve siquiera a cuestionar qué ha significado que dos vecinos se dirijan la palabra entre sí y en sus palabras impliquen, por un lado una alianza y por otro que esta vaya a ser considerada por debajo de una mesa… ¿?¿?¿?
Joseíto, el hijo mayor de Beto, que ha escuchado a su padre alzar la voz como si nada le importara, le dice: “Papá, asegúrate de que esa alianza que le has dicho a Píndaro que pase bien por debajo de nuestra mesa en casa realmente sea así, pues recuerda que cuando tú y mamá se casaron ella te regaló una de cristal para que todo fuera transparente en casa…”.
Para Píndaro todo está claro… Pero, no así para Beto, que previamente ha hecho una alianza secreta con su interior y quiere involucrar a su vecino… Es tanto su deseo de tener y no ser que esta presunta “alianza secreta” ha cobrado matices de una relación ilícita y reprochable que, de seguro, tendrá resultados desastrosos para ambos…
Desde hace unos meses su forma de vida ha cambiado y, frente a los demás, sólo quiere proyectar una riqueza vacía… una abundancia rancia y trasnochada… Es tanta la presión social que se ha forjado que su desesperación le ha llevado a exponer a los cuatro vientos que ha creado una alianza más allá de lo éticamente aceptado, olvidando que ese contubernio es de doble moral y, por ende, de doble cabeza.
Con gran preocupación por su vecino, Píndaro de levanta de su asiento de descanso en casa y asoma su cara por la ventana… Al otro lado de la estrecha calle, dos figuras se dejan ver a través de un cortinaje… Es su vecino que antes le vociferaba que ahora parece estar hablando a escondidas con alguien a quien él no alcanza a reconocer… Sin embargo, lo que difusamente distingue son dos figuras casi iguales que, al conversar, una mira a la otra que tiene su cabeza baja, y al la otra hablar la situación se da a la inversa… Es una confabulación de la cual Píndaro sólo puede identificar a su vecino…
Como la curiosidad lo mata, se retira de su ventana y se dispone a ponerse las chancletas de goma para cruzar la calle hasta el piso donde asume está su vecino y el personaje a quien él quiere identificar… Por su mente sólo pasa que Beto puede estar fraguando un complot… Un complot en el cual está tan comprometido que se le ha importado airearlo…
Mientras Píndaro baja sus escaleras para llegar a la acera, un montón de frases que ha leído le vienen a la mente… Tiene el temor de que ese acuerdo que Beto le ha empezado a comunicar con desespero sea una asociación censurable e indigna, que le vaya a marcar para el resto de su vida y que él, como su vecino y contertulio no va jamás a permitir…
Cruza la calle raudo y veloz como una gacela y, mientras eso hace, no puede borra de su mente lo que podría encontrar al traspasar la puerta frontal de su vecino… “¿Será que Beto está fraguando lo peor y quiere involucrarme?” –piensa para sí, mientras aprieta el paso, sube rápidamente las escaleras y, al llegar justo frente a la puerta de Beto, un escalofrío le corre por todo el cuerpo… “¿En qué se habrá metido su canchanchán?”… Con extrema cautela, acerca su cabeza a la rendija de la puerta que ha encontrado entreabierta…. Enfila su ojo derecho al espacio dejado libre y, si proponérselo, se ve en la situación de un solo espanto… Con todo el destello de misterio posible, tiene ante sí a su vecino Beto, hablando frente a un espejo consigo mismo… Dándose instrucciones de cómo engañará a su figura para que, cuando la aplique de verdad, los efectos sean contundentes…
Píndaro está siendo testigo de un ejemplo de lo que podría estarse convirtiendo en una fiebre en nuestro país… La creencia de que todo el mundo puede ser engañado a cambio de una migaja de algo… Su vecino se entrena ante su réplica en el espejo para que, cuando llegue el momento, ese contubernio con su interior esté condicionado para lograr acuerdos por debajo de la mesa… ¡Aunque esta sea de cristal!… Él pensará –asume Píndaro- que si los líderes en todos los nichos de actividades en el país lo están haciendo… ¿Por qué él no puede hacerlo también?… ¡Total, si el contubernio tiene su origen latín en el vicio?…
Ante lo visto, Píndaro baja su cabeza y medita… “Que cada quien haga su propio mea culpa antes de que sea demasiado tarde…”.

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