El personaje se acercó al ataúd y repetía “no somos nada, no somos nada” y lloraba frente al difundo y entre los dolientes una señora movida por su curiosidad se le aproximó y le preguntó “qué era usted del fallecido?” y él le contestó “no me oye, que no somos nada” y la dama aguantó su deseo de abofetearlo por sinvergüenza.
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Escogí esa conocida anécdota para ilustrar el reciente episodio del descargo a los acusados por el caso Odebrecht que inicialmente fue símbolo del cambio de país de corrupción e impunidad a república de justicia para todos, pero que ha terminado demostrando que el ministerio público no es el responsable de ajusticiar a los bandidos, sino los jueces que, desgraciadamente, muchas veces, no se comportan como si realmente no fueran nada de los delincuentes, criminales o corruptos, sino protagonistas de un contubernio que termina en dictámenes pagados con dinero o prebendas asociadas con los bienes distraídos o robados. Se confirma que las cárceles dominicanas no son para ricos sino para delincuentes de poca monta.