Conversando con José Rafael Lantigua

Conversando con José Rafael Lantigua

LD: En breve saldrá a la luz pública una nueva obra tuya, un poemario… Háblanos de ese libro y de cuándo y dónde será presentado.

JRL: Mi libro “Los júbilos íntimos” se presentará a mis amigos y relacionados el próximo miércoles 11 de febrero, o sea la próxima semana, en el Auditorio de la Universidad Católica Santo Domingo. El acto está programado para iniciarse a las 8 de la noche. Creo que será una fiesta con muchos protagonistas: aparte de los amigos, mi esposa, mis hijos, que han vivido el proceso de escritura y producción de esta obra, hay cómplices felices con esta fiesta: Ninón de Saleme, que ha hecho la bellísima edición, a su mejor estilo como auténtica maga en la materia; Desiree Domínguez Fiallo, que ha realizado unas ilustraciones de antología; Dulis González y la gente de Amigo del Hogar, que se han tomado el trabajo de impresión como si fuera asunto propio; y los cómplices poetas Soledad Alvarez y Basilio Belliard, dos generaciones distintas de nuestra historia literaria, que se encargarán de presentarlo al público.

LD: Eres un hombre de letras muy completo: biógrafo, ensayista, poeta, crítico literario, editor cultural… En el conjunto de tu producción, ¿qué importancia y significado confieres a este poemario?

JRL: La poesía es un haber siempre presente en mis inquietudes literarias. Lo saben quienes me conocen de viejo, cuando en aquellos finales de los sesenta fundé en Moca, mi pueblo natal, el Grupo Literario La Roca, donde un grupo de amigos, estudiantes todos de bachillerato, hicimos poesía con nuestras propias armas, con nuestros propios desvelos y con nuestras propias carencias. De ese grupo, nadie sobrevivió al quehacer, sólo yo que pude publicar un librito entrañable, “Sobre un tiempo de esperanzas”, cuyas coordenadas líricas tal vez puedan haberse ido por el despeñadero de la historia, pero que sigue siendo un contacto vivo con las querencias y utopías del ayer. Mi principal lectura desde entonces ha sido la poesía, incluso a ella acudo en medio de la lectura de otros libros, como un bálsamo o como un espejo, como una búsqueda o tal vez como una liberación. No puedo definir bien esta actitud, algún atisbo psicológico la domina, pero al lado de un buen libro trato de que siempre unos buenos poemas lo acompañen. Por ejemplo, he estado leyendo en las últimas semanas una biografía de Saddam Hussein, escrita por el editor del diario londinense Sunday Telegraph, y cuando me cargo dos o tres capítulos –sobre todo con una historia tan aberrante como la de este señor me entrego a los poemas de Elliot y de alguien a quien repaso ahora después de muchos años: William Carlos Williams. Pero soy lector y escritor de poemas, sólo que por mucho tiempo me he mantenido al margen de las publicaciones. Ahora quiero presentar “Los júbilos íntimos”, que para mí es un renacer en el poema, estoy como si estuviese publicando mi primer libro.

LD: ¿Qué es para ti la poesía y qué papel cumple en la sociedad contemporánea?

JRL: Este es un viejo tema de debate. Quisiera ser breve. La poesía es una actitud, una pasión, un desvelo, un frenesí, y es igualmente un albur, un tirar las cartas, un acto de magia. En otra dimensión es un largo silencio de palabras, tal vez una espera, casi seguramente un espacio de íntimos desgarramientos. Desde esta óptica personal, el poema debe asumirse siempre como un acto de entrega, como un acto de fidelidad a la palabra y sus designios. Desde el momento que me acojo a sus dictámenes, dejo de ser Yo para ser el Otro que me habita. Si violo sus normas, me interno por un camino tortuoso, sin destino. El poema por tanto, debe ser consustancial al orden de mi órbita y al alcance de mi palabra para que pueda cubrirse de trascendencia. Obviamente, desde el poema aspiro a la inmortalidad, pero de ningún modo puedo creerme hábil para la sobrevivencia, ni en mi tránsito humano ni en mi andadura literaria. El poema simplemente me retrata, me edifica y me consume. Desde el poema aspiro a lo mejor, pero los poetas mayores siempre serán unos pocos. Siempre tengo a mano la máxima del poeta británico Wystan Hugh Auden que decía: “No hay poeta que desee ser el único de la historia, pero casi todos desean ser los únicos vivos, y muchos sinceramente creen que su deseo les ha sido concedido”.

LD: Es fama que hoy día muy poca gente se siente convocada a leer poemas. ¿Eres de esa opinión? ¿Cómo explicas el hecho?

JRL: Es otro tema muy trillado. Digámoslo con pocas palabras. La poesía ha tenido, sin dudas, momentos esplendorosos en términos de difusión, tal vez los de hoy no sean los mejores tiempos, por razones múltiples. Pero, la poesía sigue viva, mucho más viva de lo que podamos pensar. Determinados estilos poéticos han contribuído a mermar el interés por la lectura de poesía. Pero, podemos levantar las banderas. Primero, desde la escuela y luego, desde los talleres literarios, desde el contacto directo del poeta con su realidad y con el espacio de los demás. Sin afectar la esencia del poema y sus atributos, urge sacarla a la calle a tomar el sol, a ponerla a bailar en las covachas, a divertirse en los meandros de una posmodernidad que casi viene a menos, a zarandearse en los arrobamientos sentimentales, qué carajo, a darle otra vida, otro aliento, otro perfume. Hace unos meses, asistí a un convite insólito: en un solar de Jarabacoa una poeta de la localidad celebraba la segunda edición de su Festival Poético de la Montaña, y de 5 de la tarde a 10 de la noche, pasaron por allí decenas de poetas capitalinos, cibaeños, de la propia comunidad jarabacoeña y hasta un cubano, a leer poemas. El público: fundamentalmente jóvenes, que se quedaron todo el tiempo escuchando con atención y aplaudiendo a los lectores de sus poemas durante seis horas. ¿Acaso no es este acto un indicio alentador de que la poesía vive?

LD: ¿Qué tipo de poesía prefieres y por qué?

JRL: Toda la buena poesía, según mis cálculos y mis preferencias. No digo nombres, son muchos. No creo en aquellos que dicen que sus lecturas poéticas se reducen a tres o cuatro nombres. No son buenos lectores de poesía. Hay muchos grandes y buenos nombres en el género, y yo estoy siempre a la caza de esas voces. En definitiva, si me conmueve y me arropa, si me sumerge en sus delirios, esa poesía no la abandono jamás. No empato bien con la poesía española actual, que a mi juicio es tan mala como la peor de la nuestra. Pero, la gran poesía española es un convite eterno.

LD: Hablemos de tus otros libros. Aparte de la poesía tus ensayos, tu crítica literaria, tu narrativa corta, tu teatro. ¿Y la novela?

JRL: He escrito varios libros, pero son más los que tengo en proyecto. He estado siempre muy ocupado en los menesteres de la sobrevivencia y eso me ha impedido tal vez –puede ser una excusa– hacer lo que quiero en materia de escritura literaria. Desde mayo pasado, abandoné mi tarea de cronista literario por dos décadas con mi suplemento Biblioteca, y me propuse dedicar tiempo a lo mío. “Los júbilos íntimos” es el primer resultado de ese tiempo que decidí poner al servicio de mi escritura. Estoy revisando y ordenando los papeles que conformarán el primer volumen, de tres programados, de “Espacios y resonancias” que recogerá una selección de los trabajos que publiqué en Biblioteca, y que tanto me han solicitado, incluso hay dos universidades que me lo han pedido formalmente. También reviso los escritos de los pequeños comentarios que escribía en mi desaparecido suplemento y que titularé “Acentos”. El amigo Orlando Inoa, de Editora Cole, ya hizo el trabajo de digitación. Para junio, con motivo del décimo aniversario de su publicación, saldrá la tercera edición de mi libro “La conjura del tiempo” que vendrá acompañado de un cuadernillo con los ensayos que se han escrito dentro y fuera del país sobre esta obra. Tengo en planes desde hace dos o tres años de llevar a escena una obra de teatro, que ahora corrijo por enésima vez, a ver si puedo ponerla en cartel en cuanto pueda, ojalá fuese este mismo año. Quiero recuperar aquella vocación temprana que tuve en mis años adolescentes, cuando teníamos un grupo experimental en Moca y andábamos con Stanilavsky de parranda permanente, sin nadie que nos ofreciera ayuda técnica. Entonces montábamos continuamente piezas teatrales nuestras, especialmente de Frank Rosario y mías, sin que aquello trascendiera la limitada realidad cultural de aquellos tiempos en la aldea mocana, aun cuando nos presentamos en la capital, en La Vega y Santiago con nuestro grupo. Para el año que viene, voy a publicar mi tercer poemario, “Las certezas inviolables”. Además, hay un libro de cuentos que tal vez le falten dos o tres piezas para darlo por terminado. Tiene título desde hace rato: “Papá Mon, la aldaba de bronce y otros cuentos del barrio”. ¿La novela, preguntas? Es un proyecto en el que trabajo, a veces en firme, otras tantas con descuido y falta de tiempo, que no de voluntad, desde hace varios años. Es la historia de unos gitanos que llegaron a Moca en los años cincuenta, cuando yo era muy niño, y una historia de amor que se produjo entre un gitano y una muchacha del pueblo que tenía fecha para su boda con su novio de muchos años. Creo que nació un gitanillo, pero por ahí anda el enredo. Ya llevo varios capítulos listos, pero no tengo fecha para concluir. Mientras, he estado inmerso en la lectura de libros sobre gitanos. Hace unos tres años, en la siempre visitada librería de Espasa, en Madrid, salí de allí con una gran caja de libros con cuentos de gitanos, historias de gitanos, poemas escritos por gitanos, andaduras de gitanos. ¿Te has leído alguna vez “El burdel de las gitanas”, de Mircea Eliade? Me ha sido de gran ayuda. De modo que, como ves, el proyecto de la novela camina. Falta por ver en qué concluye la cosa.

LD: Una última pregunta. Alguna vez, leí una entrevista tuya donde te preguntaban que parecía que, por tus triunfos personales, profesionales, literarios, familiares, te habías hecho un mundo a la medida. ¿Esa realidad personal está presente en tu poemario?

JRL: He construido el mundo de las posibilidades y de los retos. Vengo de un hogar pobre donde nunca me faltó nada: buena comida, buena ropa, buena educación. Mi mamá era modista, como se decía entonces, y eso me permitió vestir siempre a la moda. Bruno Rosario Candelier dice en el prólogo de la segunda edición de mi libro “Semblanzas del Corazón” lo siguiente: “Tengo en mi memoria una vívida figura de José Rafael: entonces era un imberbe inquieto, activo, vivaz, con paso rápido y muy bien presentado. Era quien mejor vestía y siempre andaba en forma impecable, limpio, con pantalones bien planchados, zapatos lustrados y sonrisa generosa”. Eso dice Bruno. Hijo único, de madre soltera, pude con esfuerzo sin igual de mi progenitora enrrumbar mis metas y mis sueños. Muchos, con mejores posibilidades económicas, hijos de familia de abolengo, no traspasaron el umbral de la calidad, no trascendieron y se hundieron en el cieno de la mediocridad, en el agujero negro de los sin nombre. Yo intenté llegar a puerto seguro, al espacio donde mis talentos surcaran los trillos de la trascendencia. Desde luego, sigo en eso. Presumo que todavía estoy llegando. “Los júbilos íntimos”, un poemario autobiográfico, hace la andadura por esos recovecos felices de la memoria. Por sus arideces y por sus atajos, por sus trillos entrañables y por sus victorias.

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