Hasta ahora no hay ninguna razón para pensar que no han sido producto de accidentes los incendios y explosiones en tres envasadoras de GLP en apenas 16 días, pero eso no quiere decir que ignoremos un hecho tan extraordinario y significativo, revelador de que algo anda muy mal con tantas plantas de gas instaladas en cualquier parte y sin ningún control ni supervisión. Tampoco podemos ignorar que ya se perdieron tres vidas, y que fueron ingresadas en el hospital Ney Arias Lora siete personas con un 60% de quemaduras en sus cuerpos como consecuencia de la explosión en la envasadora Mariot Gas, en Alma Rosa II, que si logran sobrevivir jamás volverán a ser las mismas. Pero cuando uno lee en el periódico que más del 90% de las envasadoras de gas propano utilizan tanques de segunda mano que ya fueron descartados en Estados Unidos por haber sobrepasado su vida útil, según declaraciones que se atribuyen al expresidente de la Asociación Nacional de Detallistas de Gasolina (ANADEGAS), Juan Ignacio Espaillat, tiene que pensar en algo más que en accidentes, y rogarle a la virgen de la Altagracia que se trate de una exageración. Lo malo de vivir en la sociedad en que vivimos, donde existe tan poco respeto por la ley, empezando por aquellos que están llamados a hacerla cumplir, es que la denuncia del expresidente de ANADEGAS puede ser verdad, una terrible y aterradora verdad, como lo es también el hecho innegable de que estamos conviviendo con la catástrofe. ¿Cuántas personas más tendrán que morir para que las autoridades lo comprendan y actúen en consecuencia?