El amable lector se preguntará cuál es la relación entre Copérnico y Ana Frank, la respuesta simple: es la ciudad de Varsovia, la capital de Polonia. Hace unas tres semanas estuvimos paseando por la hermosa capital de ese país europeo. En nuestra visita, hicimos el tour guiado por la ciudad. Lo primero que visitamos fue la Sociedad Científica de ese país; siempre que viajo a algún país por primera vez, procuro, de ser posible, visitar su Academia de Ciencias en mi condición de directivo de la Academia de Ciencia de nuestro país. El caso fue que conocimos el precioso edificio de la Sociedad Polaca de Ciencias, un hermoso edificio de estilo renacentista, en el cual, en su frente, está “sentado” Copérnico, pues hay una estatua de bronce de Copérnico con sus artilugios (compás y un heliocéntrico) en las manos, leyéndose en la base del pedestal de mármol el nombre de “el estudioso”.
Nicolás Copérnico nació el 19 de febrero de 1473 en Torun, Polonia. Allí empezó a estudiar artes, que en ese entonces incluía las “ciencias de las estrellas”, que eran astronomía y astrología, en la Universidad de Cracovia y después en Bolonia (en la época lo supremo del conocimiento). El sistema heliocéntrico se encontraría en su época con problemas de aceptación, pues contradecía la lectura literaria de la biblia. En síntesis, Copérnico había afirmado que la tierra como los demás planetas gira alrededor del sol. Señaló que la tierra da la vuelta completa en un año y que gira sobre sí misma cada 24 horas, contradiciendo lo que se aceptaba hasta ese entonces, que la tierra era el centro del sistema planetario y que hasta el sol era dependiente de la tierra. En su momento, sus planteamientos fueron rechazados por la Iglesia. Sin embargo, sus juicios deben ser considerados como la madre de todas las revoluciones científicas.
Siguiendo el tour en Varsovia, fuimos al monumento judío de los Héroes del Gueto, en una hermosa plaza, erigido en 1948. Varsovia fue una de las ciudades más devastadas en la Segunda Guerra Mundial donde murieron más de 300,000 judios-polacos. Frente al vetusto monumento judío de mármol negro, volví a vivir el pasado, rememorando mis años de adolecente. Allí recordé cuando leí el diario de Ana Frank. Annelis Marie Frank nació en Alemania, pero vivió en Ámsterdam desde 1933 y se sentía holandesa. Acabó con su hermana Margot muriendo de tifus en los campos de concentración judía de Hitler.
Ana Frank no tiene relación alguna con Polonia, solo que era judía en la Holanda ocupada por los nazis. Su familia había tenido que huir de Alemania a principio de los años 30 y se había instalado en Ámsterdam, donde sus padres pensaban que estarían a salvo del antisemitismo nazi. Se escondió junto a otras siete personas en la parte atrás del edificio situado en la calle Prinsengracht número 263, piso que, en uno de nuestros viajes a Holanda, tuvimos la oportunidad de visitar.
Ana reflejó su época de terror en el luego famoso diario, una redacción que parecía que iba a ser una pizpireta escolar de una adolecente de familia acomodada, pero que acabó convertido en el célebre relato de una joven obligada a crecer y madurar en medio de una brutal pesadilla. El 4 de agosto de 1944, el escondite fue descubierto por los nazis y sus ocho ocupantes trasladados a los campos de concentración. Después de la guerra su padre, el único que sobrevivió a las atrocidades de los campos de concentración, publicó por primera vez el diario de Ana en 1947, con el título de “La casa de atrás”. Es importante recordar la gran inteligencia de Copérnico y la capacidad descriptiva de una adolescente muy valiente que soñaba con ser escritora”: el primero en su época fue todo un revolucionario y la otra, una joven judía que vivió el horror en primera persona. Ambas fueron gratas “vivencias” intelectuales derivadas de mi viaje a la hermosa Varsovia.