Copérnico y trujillismo (1 de 2)

Copérnico y trujillismo (1 de 2)

FABIO RAFAEL FIALLO
Al demostrar que es la Tierra la que gira alrededor del sol y no viceversa (como hasta entonces se creía) la teoría de Copérnico constituyó un hito científico de repercusiones excepcionales. Aquella teoría dio al traste con la idea que el ser humano tenía de sí mismo: a partir de Copérnico sabemos que no somos el centro del universo. Tan importante fue aquel descubrimiento que, empezando en el siglo XVIII con el pensador Immanuel Kant, se suele dar el nombre de “giro copernicano” a toda modificación substancial de las hipótesis o postulados vigentes en un momento dado en el campo de la ciencia o de la filosofía.

¿Cómo llegó Copérnico a su revolucionaria interpretación? Pues bien, constatando las fallas de las teorías de su época en materia de astronomía. En efecto, por basarse en una hipótesis errada, a saber, que la Tierra es el centro del universo, dichas teorías tenían que idear órbitas complejas a fin de describir el movimiento de los astros; pero cada una de esas órbitas conducía a anomalías o contradicciones con los datos observados. Para resolver esas contradicciones, Copérnico se dijo que había que desalojar la Tierra del lugar central que se le asignaba en el espacio sideral y ponerla a dar vueltas, cual un planeta cualquiera, alrededor del sol. A partir del nuevo esquema, las discrepancias desaparecieron y el movimiento de los astros adquirió una diáfana simplicidad.

Puede decirse en resumidas cuentas que fueron las anomalías inherentes a las interpretaciones científicas de su época las que indujeron a Copérnico a cuestionar el marco conceptual imperante hasta arribar a una teoría acorde con la realidad estelar.

Algo similar a la situación de la astronomía de los tiempos de Copérnico está ocurriendo en el mini-universo dominicano con respecto a la interpretación del trujillismo: en dicha interpretación han venido apareciendo ciertas anomalías que no pueden sino llevarnos a cuestionar las hipótesis o creencias subyacentes. Me explico.

Mientras en Chile se lleva al banquillo de los acusados a Augusto Pinochet por crímenes y otros delitos cometidos bajo su dictadura, en Santo Domingo hay quienes se esmeran en rehabilitar la figura y el legado de Trujillo o sugieren que su nombre quede inscrito en un sitio público cualquiera. Mientras la comunidad internacional instala tribunales para juzgar los genocidios perpetrados en Ruanda y la antigua Yugoslavia, en Quisqueya hay quienes relativizan la atrocidad del genocidio de haitianos bajo Trujillo arguyendo que de lo contrario hubiéramos podido llegar a ser parte de Haití. Mientras todo economista sabe que el pago de la deuda externa y la estabilidad monetaria durante la tiranía fueron obtenidos al precio de una compresión inhumana del poder de compra de la población que asfixió el desarrollo económico y social, en esta tierra no faltan quienes cubren de elogios esos cuestionables resultados, como denunció atinadamente no hace mucho el héroe nacional Poncio Pou Saleta. Y mientras Alberto Fujimori forcejea por todos los medios a fin de escapar a la justicia del Perú, en República Dominicana hay quienes sueñan con llevar al Panteón de la nación los restos de un Joaquín Balaguer en cuyos doce años fuerzas presuntamente incontrolables segaron la vida de más de tres mil seres humanos.

En otras palabras, en nuestro país se alzan voces que abogan por realzar a título póstumo regímenes que en otras latitudes serían hoy objeto sin ambages del oprobio general.

¿Cómo hemos llegado ahí? ¿Cómo ha sido posible que una tiranía tan despiadada como fue la que durante treinta y un años nos sojuzgó, a lo largo de la cual nuestro país marchó en el pelotón de cola de las naciones latinoamericanas en términos no sólo de respeto de los derechos humanos sino también de progreso económico y social, cómo ha sido posible, repito, que semejante tiranía haya quedado banalizada a tal grado que algunos nostálgicos de la era intenten hoy hacerla entrar, a través de sus dos figuras simbólicas, en el sitial reservado a nuestros grandes personajes?

Por minoritarios que sean los intentos de rehabilitación histórica del trujillismo, los mismos dejan traslucir una atmósfera política e intelectual propicia a ese tipo de iniciativa. Pues de no existir un entorno favorable a esos intentos, nadie hubiera concebido apadrinarlos.

Nos encontramos frente a anomalías en el campo de la política de la misma manera que Copérnico se encontró frente a incoherencias en el campo de la astronomía. Y no menos que en el caso del célebre astrónomo polaco, corregir las anomalías que nos afectan exigirá de nosotros realizar un “giro copernicano” que sacuda el conjunto de certidumbres que han modelado el quehacer público en nuestro país.

Para asumir tal desafío, es menester remontar a ese año 1961 de la muerte del tirano, a ese momento único que en un artículo anterior califiqué de “big bang dominicano” (Hoy, 17 de noviembre de 2004). Momento en que todo parecía posible.

Todo, incluso lo mejor.

En esos tiempos inauditos, el arrojo y la determinación de nuestro pueblo hacían viable la erradicación del trujillismo en un proceso no menos legítimo y necesario que la desnazificación en Alemania y la depuración antifascista en Italia y Francia al final de la Segunda Guerra Mundial. Nada hubiera podido resistir al vendaval de un pueblo, el nuestro, que, después de haber tenido que soportar por largo tiempo privaciones y vejámenes, mostraba una determinación sin falla a echar abajo, no sólo las estatuas y otras efigies de la tiranía, sino también la cadena de cómplices que hizo posible a aquel régimen horrendo perpetuarse en el poder.

Por cómplices no puede desde luego entenderse aquellos dominicanos que, a fin de sobrevivir, se vieron forzados a mostrar un apoyo tan sólo de apariencia al dictador. Esos dominicanos forman parte de lo que mi abuelo Viriato Fiallo llamó el “noble y sufrido pueblo dominicano”. No, cómplices fueron aquellos, poco numerosos pero sí muy influyentes, que durante la era nefasta consagraron su energía, tiempo y medios intelectuales a servirle con ahínco y eficacia al dictador. Sin sancionar esas complicidades, nuestro país no podía enrumbarse por los senderos promisorios de la probidad, la justicia y el respeto de la ley.

Pero en esa hora precisa, en ese momento decisivo de nuestra historia, en el instante mismo del big bang dominicano, surge el bien conocido “Borrón y cuenta nueva” que sentó las bases para la entronización del reino bochornoso y corrosivo, vigente todavía hoy, de la impunidad.

Más aún, el “Borrón y cuenta nueva”, de por sí devastador, no constituyó un fenómeno aislado. En la segunda parte del presente artículo, veremos que aquella consigna fue la punta de un iceberg, la manifestación más aparatosa, pero ciertamente no la única, de un largo proceso de banalización del trujillismo que no podía sino desembocar en los intentos de sacralización histórica de Rafael Trujillo y Joaquín Balaguer que ahora vemos pulular.

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