Copérnico y trujillismo (2 de 2)

Copérnico y trujillismo (2 de 2)

FABIO RAFAEL FIALLO
En la primera entrega del presente artículo, señalábamos que el “Borrón y cuenta nueva” constituyó la manifestación más aparatosa, pero ciertamente no la única, de un fornido proceso de banalización del trujillismo que no podía sino desembocar tarde o temprano en los intentos, hoy en boga, de rehabilitación histórica de Trujillo y Balaguer. Veamos ahora cuáles fueron los otros grandes hitos del proceso en cuestión.

Apenas unos meses después de lanzar la consigna del “Borrón”, el Profesor Bosch propone la formación de un gobierno, que él llama “de concentración nacional”, en el que Ramfis Trujillo ocuparía el decisivo cargo de jefe de las Fuerzas Armadas de nuestro país (ver Bernardo Vega, “Kennedy y los Trujillo”, p.203).

Un año más tarde, durante un famoso debate televisado, el Profesor afirma, como si se tratara de una irrefutable verdad científica, que “saber gobernar es mantenerse en el poder”, y menciona al generalísimo Trujillo como ejemplo de saber gobernar por haber logrado mantener durante treinta y un años su régimen despiadado.

Al mismo tiempo que los horrores del trujillismo son de esa forma mitigados, la heroica resistencia de los desafectos del régimen queda desvalorizada por el mismo Profesor, quien percibe en dicha resistencia un cierto reflejo de casta cuestionable.

Es un hecho que los desafectos pertenecían en gran parte a la clase media, y en particular a los estratos altos y medianos de la misma. Ahora bien, en vez de ver en la tenacidad de esos desafectos una encomiable manifestación de rectitud cívica, el Profesor atribuyó esa conducta, no a la repulsión que Trujillo suscitaba, primero por haber colaborado con el ocupante yanqui y luego por haber ejercido el poder por métodos criminales, sino a una mezquina arrogancia de clase ante el origen social del dictador.

Ni siquiera el glorioso y aguerrido Movimiento 14 de Junio quedó al margen del anatema del Profesor. Después de señalar que la juventud del 14 de Junio “procedía de la alta y mediana clase media, que era donde se hallaban las personas “de primera”, el Profesor afirma que al poner el énfasis en 1961 en la lucha contra los remanentes del trujillismo (en vez de dar la prioridad a la lucha de clases preconizada entonces por el PRD de Bosch), los hombres y mujeres del 14 de Junio “reaccionaron como miembros de una casta, no como jóvenes revolucionarios” (citado en Bernardo Vega, “Kennedy y los Trujillo”, p.289).

¿Qué habría ocurrido en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, caro lector, si los frentes antifascistas (compuestos en gran medida por partidos revolucionarios, y en particular comunistas) hubieran seguido una consigna semejante a la del Profesor, lanzando al limbo del olvido, en nombre de objetivos sociales, la necesidad de extirpar y sancionar la red de complicidades de los regímenes de Hitler, Mussolini y Petain? ¿Acaso los países europeos hubieran en tal caso podido superar ese lastre abominable que fueron el nazismo y el fascismo? Y en lo que respecta a nuestro país, ¿acaso no estamos pagando todavía hoy el precio de no haber procedido a una depuración similar?

Entre las víctimas colaterales del fracaso de la destrujillización se encuentra el propio Bosch. Aunque demasiado tarde (veintiocho años después), Bosch acaba por afirmar que el golpe de Estado de 1963 fue “la última acción importante del trujillismo” (ver artículo “Bosch: país supera época golpes de Estado”, diario La Noticia, 26 de septiembre de 1991). ¿Es que dicha “acción” hubiera tenido lugar si la destrujillización no se hubiese visto saboteada por el “Borrón y cuenta nueva” de triste recordación? Por otra parte, ¿es que sin la banalización del trujillismo, el doctor Balaguer hubiera podido convertirse, como logró hacerlo durante varios lustros, en el obstáculo infranqueable a los objetivos políticos del Profesor?

Pero en vez de tomar conciencia de ello, Bosch prosigue por el sendero de la banalización cuando presenta en 1983 un análisis de la abortada expedición de Cayo Confites en la que exiliados dominicanos de todas las tendencias políticas se propusieron en 1947, con la ayuda financiera, entre otros, del hacendado antitrujillista Juancito Rodríguez, desembarcar en nuestro país a fin de derrocar la tiranía. En dicho análisis, el Profesor afirma: “nos parecía que frente a un movimiento dirigido por terratenientes ganaderos, Trujillo representaba un avance porque Trujillo era el hombre que había implantado aquí el capitalismo industrial” (ver la revista “Política: teoría y acción”, noviembre de 1983, p.19).

Dejemos a un lado el hecho, demostrado por la historia hasta la saciedad, que expediciones como la de Cayo Confites crean una dinámica propia que escapa a quienes hayan contribuido a su financiación. Pasemos por alto también que los exiliados dominicanos no iban a jugarse la vida con el propósito de instaurar un régimen favorable a los ganaderos.

Omitamos además que apenas un año antes se había formado en el país un robusto movimiento obrero de contestación que hubiera sin duda pesado más que cualquier ganadero en la orientación del gobierno surgido del triunfo eventual de aquella expedición. Dejemos a un lado todo eso y planteémonos la cuestión clave para el caso que nos ocupa. Hela aquí.

Si no había inconveniente en formar junto a Ramfis Trujillo un “gobierno de concentración nacional”, si saber gobernar se confunde con la longevidad en el poder, si los desafectos del régimen dieron el frente al tirano por arrogancia de clase y no por principios éticos, si el 14 de Junio asignó la prioridad a la lucha antitrujillista por simple reflejo de casta, y si Trujillo representaba un avance en comparación con la tentativa de liberación de Cayo Confites, entonces ¿a quién le puede sorprender que nostálgicos de la Era traten hoy de realzar ante el tribunal de la Historia la imagen del tirano así como la del Doctor? Por todo ello, existe una mayor coherencia cuando uno de esos nostálgicos esgrime los argumentos del Profesor a fin de rehabilitar a Trujillo o Balaguer, que cuando un antitrujillista acata deslumbrado, sin espíritu crítico, los discutibles enfoques políticos del mismo Profesor.

A quienes les repugnan las propuestas de consagración histórica de Trujillo y Balaguer, y salen corajudamente al paso de las mismas, les toca realizar hoy una “revolución copernicana” en la idea que nos hacemos del quehacer público.

Les toca, para ser preciso, echar por la borda la concepción cínica del poder que sentó las bases para la banalización del trujillismo, y que tanto daño nos ha hecho, y poner a girar nuestros valores y criterios políticos en torno al resplandeciente sol de la moral.

Una vez realizado ese hito copernicano, y sólo entonces, podremos comprender plenamente que al final de la dictadura, la verdadera revolución consistía, no en obtener del aparato trujillista el permiso de manipular las dicotomías sociales a cambio del “Borrón y cuenta nueva”, sino en llevar a cabo con firmeza y denuedo, como propugnaban Manolo Tavárez y Viriato Fiallo, la imprescindible destrujillización de este noble y sufrido país.

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