Coraje, salitre y gloria

<STRONG>Coraje, salitre y gloria</STRONG>

Contar un episodio en la vida cualquiera lo puede hacer; ahora bien, saber contarlo ya eso es harina de otro costal. A quien escribe novela se le extiende una patente de corso mediante la cual se le faculta a mezclar verdades con hechos imaginarios con la finalidad de conseguir un relato que atraiga y ate al lector como el magneto a las partículas de hierro.

Admito que la narrativa más larga y aburrida, aunque aleccionadora y edificante en mi formación como lector ha sido el libro ULISES del dublinés James Joyce. Unas ochocientas densas páginas para narrar un día en la vida de dos personajes. A 91 años de distancia en el tiempo y a 3,577 millas náuticas, equivalentes a 6,625 kilómetros de la capital irlandesa, anclamos en la legendaria Santo Domingo de Guzmán para encontrarnos con un artista del bisturí, la guitarra y de las letras. Me refiero al amigo de más de una treintena Luis Tomás Oviedo con quien a honra comparto un similar origen de provincia, ideales políticos y otras inquietudes intelectuales y sociales. 

El colega ha logrado sorprenderme agradablemente con un regalo similar a un caramelo que se le obsequia a un niño. No bien colocó en mis manos un ejemplar de su tercer hijo cuyo nombre lleva el título del presente artículo, cuando de inmediato me lancé a devorar la golosina ofrendada. Diferente al voluminoso clásico europeo que requiere previo conocimiento de la Odisea de Homero y tal vez de  su Dublineses, la novela histórica de Oviedo solamente exige abrir la primera página que equivale a quitarle la envoltura al confite.

La narrativa se inicia el sábado 27 de mayo 1961 y concluye el domingo 4 de junio de ese mismo año. Hace Luis Tomás hablar a los principales actores del drama que puso fin a la vida del cabecilla responsable de la larga y oscura noche que cubrió todo el cielo dominicano desde el 1930 hasta el 30 de mayo 1961.

Asombra que en solamente 300 páginas puedan caber detalles de una historia ordenada cronológicamente en una compleja interacción que impide al lector perder el hilo de la trama. Quien escribe admite carecer de la musa para decir tantas cosas en tan pocas líneas, manteniendo la claridad, comprensión y entusiasmo del atrapado lector.

Como pintor que dibuja y colorea con palabras, las manos del cirujano van creando una obra estética que nos muestra una figura con el perfil psicológico del tirano, sin mencionar su nombre en ninguna de las páginas del libro, a través de sustanciosos pasajes caseros, familiares, oficiales y políticos del diario vivir del sátrapa de San Cristóbal.

James Joyce concluye su voluminoso inmortal ULISES diciendo:”… yo era una Flor de la montaña sí cuando me ponía la rosa en el pelo como las chicas andaluzas o me pongo una roja sí y cómo me besó al pié de la muralla mora…”.

Luis Tomás Oviedo cierra con el siguiente párrafo su ejemplar novela histórica: ”Enfrente, la sangre humedecía la calzada, rodaba lentamente hacia la cuneta y se perdía en una de las bocas de alcantarilla de la calle. Más tarde, de allí crecería una flor roja, hermosa, que algún día, contaría la historia”.

Finalizo sin digitar el nombre del dictador respetando así la línea del autor.

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