Coraza contra el hambre

Coraza contra el hambre

PEDRO GIL ITURBIDES
Viajaba una vez con el difunto industrial Félix María Rojas, y detuve el vehículo al elevarnos sobre las montañas cercanas a Oviedo. Pensó que el vehículo presentaba fallos en medio de aquellas soledades en donde ni siquiera a los grillos se les oye cantar. Le mostré los agrestes llanos, las inhóspitas elevaciones, que contemplábamos y nos rodeaban.

A continuación le pregunté si se hallaba dispuesto a comprar las partes de aves que se utilizan como insumos en la fabricación de embutidos. Su sorpresa ante la interrogante hecha en el pedregoso y solitario lugar, lo hizo responder con una pregunta.

Le expliqué a continuación que aquella región, una zona de vida muy seca, de pobrísima pluviometría, contuvo una tupida vegetación xerófila en lejano pasado. Don Sócrates Nolasco refleja en algunos de sus cuentos, el panorama de la subregión costera, en la que un umbrío ambiente era el propio de las horas del

mediodía. El espeso follaje de samanes, palo de campeche, guayacanes, juan primero y otras especies endémicas, protegía al viajero de las inclemencias del clima, y los efectos de la canícula. Pero la incesante ambición humana y un imperfecto conocimiento sobre el ecosistema, volvieron áridas esas tierras.

Un gobierno, dije, puede levantar en regiones como ésta, poblados como el sector que construyó Joaquín Balaguer en Las Caobas, y volverlas activas unidades económicas. Allí, en donde únicamente la brisa delataba la existencia de vida, don Félix nos prometió que si allí se criaban aves y peces, y se procesaban, su industria adquiriría las partes calificadas para la producción de embutidos, y enlataría pescado.

Apuntaban nuestras ilusiones hacia el mandato de Balaguer de 1986. Don Félix, fallecido en marzo de 1991, hizo suyo este sueño.

Una cosa piensa el burro y otra el que lo apareja, dice añoso proverbio. Y eso ocurrió tras la toma de posesión de Balaguer en el año señalado. El Presidente Balaguer nos solicitó algo parecido a la investigación hecha por Participación Ciudadana respecto de la inversión pública en inconclusas obras de infraestructura social. A lo largo de los ocho años anteriores le habíamos suministrado una relación de éstas, compiladas en incesantes viajes. Ahora quería

la relación ordenada por año de inicio de la obra, Municipios y Provincias.

Se comprometía con la conclusión de todo cuanto había quedado sin terminar en 1978. Pero a sabiendas de la situación de las finanzas públicas y sus condiciones personales, nos dijo que cumpliría “con cuanto pudiese”. Le bastaban las fuerzas de que hacía galas, y de que lograra generar ahorro público suficiente.

Excluía de este proceso, momentáneamente, los habitacionales llamados de Invivienda, pues se proponía hacerles, en la vecindad, una obra similar.

Quiso demostrar que una acertada dirección pública alcanza los objetivos proyectados, aún con magros recursos. Lo impulsaba una de las pocas pasiones a las que dio rienda suelta, en relación con su antecesor.

De manera que nos pidió postergar aquella propuesta que imponía una serie de labores correlativas, y que entendió complejas. Al promediar el ejercicio de un decenio hubimos de separarnos de su lado, por razones que no viene al caso explicar. Y aquel sueño, sueño fue.

A lo largo de los años, mirando cómo dilapidan los recursos públicos otras administraciones, me he preguntado qué resultaría de una iniciativa como la sucintamente descrita. El país puede explotar renglones inexplorados, con indudable vocación hacia la industrialización y los mercados externos. Por supuesto, para ello se precisa una dirección imaginativa, no excluyente, con las miras puestas indeclinablemente en el progreso nacional.

Las exportaciones de tabaco elaborado, principalmente como cigarros de calidad con adecuada presentación, son la prueba de que este ejercicio es valedero. Aún en tiempos durante los cuales casi todos los gobiernos prohiben el consumo de esta solanácea, exportamos poco más de US$300 millones de tabaco en hojas y elaborado por año. ¿Qué posibilidades tiene la extracción de la hematoxilina, sustancia tintórea extraíble del palo de campeche, causa del exterminio a que se sometió este arbusto? ¿Qué no podemos lograr produciendo jojoba o

higuereta en el valle de Neyba, yermo e improductivo ahora?

Las interrogantes, y las posibilidades son muchas.

Pero son todavía más interesantes si advertimos que por este camino pueden abrirse empresas agroindustriales que no trabajarían por el único esfuerzo de sus inversionistas. Necesitarían talento humano, un talento presente en la mano de obra no especializada, pero también entre técnicos y profesionales de todas las áreas. Y con ello estaríamos defendiendo a grandes sectores del país de las amenazas del hambre.

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