Corazón de artista

Corazón de artista

POR FRANCIS MESA
Cuánto esfuerzo cuesta hacerse un nombre como artista. Muchas veces los vemos en sus inicios, en presentaciones que no sobrepasan las 20 personas, con un entusiasmo igual que si lo hicieran ante un público de cientos de miles de fanáticos.

El artista nato, el que siente de corazón, el que asume que todo sacrificio es sólo un paso a la fama, nunca se rinde. Es más, esos inicios tortuosos, esas contrataciones a parques de pueblos, en salones de actos de colegios y escuelas e inclusive, a presentaciones en el cumpleaños de la mejor amiga de su madre, tienen para el Artista Nuevo un valor inmenso, al que todo lo compara con la Gloria alcanzada.

Esta reflexión me viene a raíz del recién finalizado Festival de Teatro Emilio Aparicio, realizado en el Palacio de Bellas Artes. Allí, cientos de jóvenes de diversas escuelas de teatro del país, entusiasmados, interpretaban desde clásicos como el Lazarillo de Tormes, hasta trabajos experimentales extraídos de la imaginación de los nuevos talentos. Había que verlos, cómo desafiaban los nervios y la pobreza de elementos técnicos, para encaminar sus sueños. Allí, sentado en una butaca del viejo teatro, comprendí que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, se lleva en la sangre, más que en ninguna otra parte del cuerpo.

LOS YA CONSAGRADOS

No sucede lo mismo con los artistas ya consagrados. Y sería hasta injusto culparlos cuando asumen poses algo arrogantes. ¿Cómo pretender que una súper estrella, sin garantías de que su ego será satisfecho, se aventure a ir a un lugar que no conoce, a presentarse ante un público reducido?

De ahí las exigencias, las botellas de agua, las flores, las habitaciones de hoteles, los vehículos, las prohibiciones de prensa y los flashes fotográficos. El hecho de que en sus inicios se morían porque un periodista acudiera a su presentación, no tiene que ver con las molestias que estos mismos les causan años después, cuando ya tienen a «Dios agarrado por la barba». Simplemente son cosas lógicas. No hay que pedir más, ni menos.

TAMAYO Y SUS ARTISTAS

Soy de allí. De ese suroeste cálido y seco, pero bueno y encantador. Como dirían Chave y Caria: Tamayo es el mejor pueblo del mundo. No sólo hay que reconocerlo por sus jugadores de boleibol, que por cierto, son muchos y buenos, es también porque ese terruño es una cantera de artistas. Me voy a la historia reciente y debo mencionar a Cheo Zorrilla, Enrique Feliz, Benny Sadel, Fernando Arias, Armando Olivero y Joly Yeddy; otros más jóvenes son Danielito, Raldy y Moisés. Pero es allá, en sus entrañas, donde en cada rincón surge artista y no puedo dejar de mencionar a Arelis Méndez y su voz potente, Carmen Urbáez, Ito Reyes y su Ponny Band, Belisario Batista, Reynaldito, Robert Alcántara y otros que, bajo la barita mágica del Maestro de Maestros, Arturo Méndez han sabido condimentar la sal de su agua con el talento de sus espíritus. Y como Sergio Vargas llama a todos a hacer turismo interno y visitar Villa Altagracia, yo no puedo más que invitarlos a darse una vueltecita por Tamayo, para que descubran la belleza natural de un pueblo que canta con el alma. Hasta la próxima.

francismesa@hotmail.com

 

 

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