Cordura, locura y literatura

Cordura, locura y literatura

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Las conversaciones con locos tienen la virtud de sacar a la luz los forros y entresijos de la vida. El forro de un abrigo casi nunca queda expuesto al público; las costuras interiores de los abrigos miran por lo general hacia las camisas de quienes los usan. Eso es lo ordinario y consabido. Pero los locos cuelgan en perchas y ganchos no solamente los abrigos.  Se atreven a poner al revés la mayor parte de los objetos de uso cotidiano.

Es entonces cuando logramos ver “la cara oculta de la luna”. Solo a un loco se le ocurriría ponerse un abrigo con los botones hacia adentro.  Es posible que un loco conciba la idea de que vestir con un abrigo al revés cambie de signo su función habitual, la de protegernos del frío, y pase a ser un instrumento “dador del frío”. Al colocarse la prenda al revés podría producir una “reversa térmica”, o sea, convertirse en “desabrigo”.

En el “área de la poesía” he tenido experiencias interesantísimas con personas que padecían diversas “chifladuras”. Macedonio Fernández escribió un poema para estudiar “las estéticas de la siesta”. En uno de los párrafos de esa reflexión poética contigua a la locura, Macedonio afirma: “para mí la siesta es el llamado al camino de la evidencialidad mística, y está en el ángulo de la oscuridad y deslumbramiento, lo oscuro por reverberación, la claridad de darse del ser por supresión de la figura y rumbo que se nos antoja imposible. El mundo en siesta no marcha; a la noche las estrellas le ponen direcciones múltiples.  Por ello la inteligencia prospera en la siesta y no en la noche”.   Franklin Mieses Burgos solía decir que los poetas no debían traspasar la línea o frontera mas allá de la cual “se escuchan las campanas de la locura”. Pero, a la vez, sugería que los artistas están obligados a mantenerse cerca de esa raya peligrosa.

Los locos pueden escuchar extrañas músicas en medio de absoluto silencio; y estas “extravagancias” no se les permiten a quienes no son compositores. Sin embargo, es posible que un cuerdo sueñe que esta oyendo una sinfonía tocada por una orquesta de 200 músicos. Tal vez el desdichado artista llamado Beethoven oía todos los días músicas inexistentes, que el tenía en la cabeza a pesar de ser sordo. A cualquier persona normal puede ocurrirle, después de asistir a un concierto, que sienta el cerebro “lleno de músicas”. Los locos relacionan los objetos de una manera que elude las vías lógicas tradicionales y comunes. El cubismo, el expresionismo, el surrealismo, son modos conexos de expresión artística. El “flujo subconsciente” es la materia prima de dos de estas escuelas. He comprobado que algunos locos perciben de inmediato el sentido de un poema surrealista, sin que sea necesario ningún esfuerzo pedagógico. Macedonio Fernández consideraba que Gómez de la Serna era el “único genio de la descripción del mundo como no es”. 

En su famoso libro Ismos, Gómez de la Serna cuenta la “novela” de un padre conservador, empleado del municipio de París, quien supo que su hijo había tenido un hijo con la hija del portero. El muchacho explicó a su padre que el hijo de la hija de un portero tenía que ser, obligatoriamente, un botones.  Añadió, con énfasis, que si fuera el hijo de la hija de una portera seria un mandadero. El padre exclamó entonces: “Eres un sinvergüenza”. El joven contestó: “Soy un surrealista”. Y ante el cinismo de su hijo el padre gritó: “¡Un surrealista! ¿Y te atreves a confesarlo?” Un poco antes de esta anécdota “novelosa”, Gómez de la Serna ha citado un verso de Benjamín Peret: “La ceniza que es la enfermedad del cigarro”, para presentarnos una imagen de la época del nacimiento del surrealismo, cuando todavía este movimiento no había sido bautizado por Apollinaire. El surrealismo, decía en ese tiempo un tal Ribemont, brotó de una costilla del dadaísmo.

Pero Gómez de la Serna no se queda en las historias personales de los protagonistas de la vanguardia literaria durante la Primera Guerra Mundial. Reproduce la opinión de Louis Aragón: “El vicio llamado surrealista consiste en el uso apasionado e inmoderado del narcótico de la imagen, o mejor dicho, de la provocación sin control de la imagen por sí misma y por todo lo que supone en el dominio de la representación, de perturbaciones imprevisibles y de metamorfosis”. Así como la enfermedad que consume al cigarro es la ceniza, la enfermedad que ha estragado a montones de escritores es  la imagen. El uso “inmoderado del narcótico de la imagen” no les deja construir una estructura literaria orgánica. Pero eso abre el camino de la ruptura por la ruptura.  Aragón mismo -según Gómez de la Serna- dijo: “El principio de autoridad será ajeno a todos los que practiquen este vicio superior”.

Locura y cordura van juntas en el mismo vagón del tren; y pagan igual precio por el billete que compran en la estafeta de la vida y el azar. Locura y cordura se van separando lentamente, por pequeños incrementos en un sentido o en otro.  Esos diminutos flujos, o “infinitésimos psíquicos”, determinan que los hombres sean chatos, singulares, excéntricos, geniales, atronados, raros, chiflados o locos de remate.  Cierta dosis de locura funciona en la existencia humana como un poco de pimienta en la cocina. Un exceso de cualquiera de las dos cosas echa a perder todo: la comida, la vida, el gobierno, la familia, la amistad… y la literatura.

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