Atahualpa Amerise, Seúl. Aunque hoy es festivo en Corea del Norte, esbozar una sonrisa o hablar alto en público son acciones vetadas durante el vigésimo aniversario de la muerte de Kim Il-sung, el fundador del país y considerado un “padre” por sus ciudadanos.
Desde que tal día como hoy en 1994 los norcoreanos perdieran a su primer líder, el 8 de julio “está prohibido sonreír, levantar la voz en la calle, beber alcohol o bailar, aunque nadie se plantearía hacerlo porque todo el país está de luto”, explica a Efe la refugiada norcoreana y activista Park Yeon-mi, de 21 años.
Mientras, la televisión estatal norcoreana dedicaba el día a emitir la solemne ceremonia oficial en honor al designado “presidente eterno”, así como documentales sobre su vida y obra glorificadas con narraciones entre el mito y la ficción por la incesante maquinaria propagandística del régimen.
El culto a la personalidad de Kim Il-sung llega hasta tal punto que hoy, al igual que cada 8 de julio y 15 de abril -el aniversario de su nacimiento- el régimen trata de minimizar los habituales cortes de luz en el país para que todos los norcoreanos puedan disfrutar del maratón televisivo de eventos y documentales sobre el añorado dirigente.
Corea del Norte dedica al fallecido “gran líder” más de 34.000 estatuas en todo el país, a cuyos pies los ciudadanos depositan habitualmente flores, mientras su cuerpo se expone embalsamado dentro de una vitrina en el Palacio del Sol de Kumsusan, en Pyongyang.
La mayoría de expertos coinciden en que tanto su hijo, el “querido líder” Kim Jong-il que gobernó durante 17 años hasta fallecer en 2011, como su nieto, el actual dirigente Kim Jong-un, han fracasado a la hora de ganarse la devota admiración y el profundo respeto que los norcoreanos profesan todavía al fallecido fundador.
En el caso de Kim Jong-il, su mandato estuvo marcado por el hambre y la crisis económica aunque la propaganda y la represión le garantizaron la fidelidad del pueblo, mientras los 31 años de edad de Kim Jong-un le hacen inexperto a los ojos de los norcoreanos, según la mayoría de analistas.
Jang Jin-sung, escritor norcoreano refugiado en Seúl que llegó a codearse con las élites de Pyongyang, asegura que el joven líder ha fracasado a la hora de ganarse a la gente imitando la imagen de su abuelo y el régimen se ha visto obligado a variar su estrategia propagandística. “Kim Il-sung era retratado como un padre que recibe al pueblo y lo protege en sus brazos mientras, en el caso de su nieto, se le escenifica acercándose a la gente”, comentó a Efe el escritor y creador de la organización New Focus International que investiga los entresijos del complicado y opaco Estado comunista.
El fervor que Kim Il-sung despierta en Corea del Norte tiene sus raíces en la colonización japonesa de Corea (1910-45), período durante el cual, según la amplificación de la propaganda, se erigió como el héroe del movimiento de liberación contra el dominio nipón.
Tras la II Guerra Mundial, Kim aprovechó hábilmente el levantamiento del telón de acero para fundar con el apoyo de la URSS la nueva República Popular Democrática de Corea (RPDC) y erigirse como su líder en 1948.
Poco después ordenó la invasión del Sur que dio origen a la Guerra de Corea (1950-53), un conflicto que confirmó la división del pueblo coreano y aún a día de hoy mantiene enfrentados a ambos lados de la península.
El llamado “gran líder”, que nunca renunció a su sueño de unir las dos mitades de Corea en un régimen comunista bajo su mandato, preparó en las siguientes décadas una nueva invasión del Sur que finalmente nunca se produjo y ordenó varios ataques terroristas contra el Gobierno de Seúl que costaron centenares de vidas.
Kim Il-sung también fue quien inspiró la ideología “juche”, el socialismo ortodoxo basado en la autosuficiencia que prolongó el auge económico en los años 70 pero acabó arruinando al país en los años 90 con una hambruna que mató a una décima parte de la población y que arrastra una grave crisis humanitaria hasta nuestros días.