Coro de sombras parlantes

Coro de sombras parlantes

FEDERICO HENRIQUEZ G.
henriquezcaolo@hotmail.com
– Usted me habla de los escritores; me habla también del Memorial que está escribiendo acerca del siglo XX; de todo me habla usted menos de lo que hará con su vida. ¿Para qué ha hecho esa peregrinación tan larga? De Budapest a Praga, de Praga a los Estados Unidos; después a Cuba, luego huir hasta recalar en Santo Domingo.

¿De qué modo organizará su vida cuando haya compuesto todos los fascículos del libro? Se atrevió a seguir la pista de Marguerite de Bertrand sin tener la certeza de que valía la pena confiar en los datos que aportaba un periodista desconocido. – Sepa, querido amigo, que las experiencias en Cuba han sido fundamentales para mi trabajo. – No lo dudo; pero invirtió en esa búsqueda un tiempo precioso de su existencia; incluso arriesgó la salud, el bienestar económico, la seguridad. Usted no es viejo; desde luego, tampoco es un estudiante que realiza un viaje de graduación. Ese espíritu aventurero no puede acompañarle para siempre.

– Tiene razón; y agradezco su interés en la estabilidad de un emigrante como yo. Sin embargo, debo decirle que todas las peripecias y percances de la vida son inevitables e irreversibles. Además, resultan de gran valor educativo. En verdad los escritores escriben como si cumplieran una condena. Se atarean escribiendo lo que escriben sin pensar en lo que harán después. Es una locura regulada que consume las horas del día o de la noche. Pasan meses y años removiendo argamasa para levantar una pared de palabras. Tardíamente descubren que han suprimido el tiempo de sus vidas para entregarlo a un antiquisimo coro de sombras parlantes. Permítame contarle algo que me ocurrió en un hotel de Santiago de Cuba mientras desayunaba. El camarero me dijo que alguien quería donar un libro de historia que había recibido de España. El libro lo pondrían sobre la tapa de un inodoro; me levanté de la mesa, fui a los servicios, encontré el libro. Se trataba de La mala memoria, del poeta Heberto Padilla. Mi amiga Lidia intentó convencerme de que me deshiciera del libro, escrito por un exiliado, que circulaba clandestinamente. Consideraba cosa muy peligrosa conservar el libro; según ella, lo mejor era quemarlo. Me negué en redondo. Leí entonces el testimonio de ese escritor que estuvo en la cárcel, donde fue vapuleado por instrucciones «del gobierno». Recibió puñetazos y patadas sin misericordia. Al autor del libro, por intervención del novelista García Márquez, le permitieron viajar a los Estados Unidos. El propio jefe del gobierno cubano visitó a Padilla en la prisión. La conversación entre el escritor y el gobernante no pudo ser más reveladora.

– El comandante preguntó al prisionero: «¿No hay nada en la obra cultural de la Revolución que te parezca admirable?» Padilla contestó que las editoriales creadas eran admirables y también la industria cinematográfica de Cuba. El comandante explicó entusiasmado que «una película no es obra de una sola persona». Intervienen artistas, escritores, técnicos, obreros manuales y una dirección política efectiva. A modo de ejemplo, citó la película Los hermanos Karamazov; «fue un trabajo alegre para los artistas soviéticos; pero la novela costó a Dostoievski mucho sufrimiento, porque tenía que escribir en un sistema de explotación». «Para un dirigente el mundo cultural es extremadamente delicado en términos políticos». Fidel Castro, a juicio de Padilla, era «reacio a crear» un Ministerio de Cultura; prefería mantener un Consejo Nacional de Cultura con un fanático confiable a la cabeza de él. Jorge Edwards escribió un libro «que le dio toda la razón a la seguridad del Estado», añadió Castro a su argumentación. Al despedirse del preso le dijo. «Yo sé que esta Revolución se agrandará en tu memoria, y descubrirás que los mejores años de tu vida fueron cuando la apoyaste, antes de que te enfermaras y te amargaras». Padilla, efectivamente, quedó «fuera del juego».

– Aquí en mi país, hubo un grupo de represión llamado «los paleros». – ¿Y qué son los paleros? – Individuos que dan palos a los disidentes; que aporrean jóvenes, que propinan garrotazos sin ningún derecho. Pero ellos tienen el poder, las armas, los garrotes. Eso ocurrió después que mataron a Trujillo en 1961. Los «paleros» maltrataban a los muchachos que pronunciaban discursos a favor de la democracia. Siempre se repiten las mismas cosas en las Antillas.

– ¿No cree usted que vale la pena luchar para que esos procedimientos no sigan empleándose? – ¿Cómo podría evitarse que la policía degüelle o acribille a los enemigos del gobierno? ¿Con qué poderes lograrán los escritores acabar con esas prácticas? – Los escritores, como es obvio, escriben; si no escribieran no fueran escritores; pero a menudo olvidamos que todos los escritores son hombres o mujeres, esto es, seres humanos. Hay muchos otros seres humanos que no escriben; sin embargo, pueden leer. El trabajo de los escritores se apoya en aquellos rasgos y sentimientos que comparten con el género humano. Los escritores afirman su individualidad, a veces excesivamente. En eso se parecen a todo el mundo; muchos escritores intentan discernir el bien del mal, como si fuesen religiosos. El contacto con lo sagrado opera en ellos sin ninguna liturgia. Millones de hombres, durante miles de años, se han inclinado reverentes ante alguna forma de la divinidad. Por tanto, una comunicación eternamente disponible está abierta entre ellos y la gente común. Y lo mismo pasa con el amor a la libertad, con el empeño de buscar explicaciones mediante el uso de la inteligencia. Libertad es una palabra utilizada continuamente en los poemas épicos. La fuerza del razonamiento ha servido a los hombres desde el comienzo de los tiempos. Esos escritores individualistas, que distinguen lo bueno de lo malo, que aman la libertad, que ejercen el pensamiento racional, forman un coro de sombras parlantes. De sombras, ciertamente, pero sombras muy peligrosas para los déspotas. Santo Domingo, R.D., 1993.

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