Correa, el presidente que se transforma en un «showman» para pedir votos

<P><STRONG>Correa, el presidente que se transforma en un «showman» para pedir votos</STRONG></P>

SANTA ROSA, Ecuador. AFP. Casi afónico y cansado, tras un largo recorrido, el presidente ecuatoriano Rafael Correa salta a una tarima y se transforma en un gran animador ante sus huestes, a las que pide votar por él y sus candidatos al Congreso para acelerar los cambios socialistas.  

«Necesitamos avanzar mucho más rápido con nuestra revolución ciudadana, así que no se me barajen (desistan), no me fallen», expresa el mandatario a cientos de adeptos reunidos en un parque de la localidad costera de Santa Rosa (suroeste), donde lo esperaron tres horas bajo un sol inclemente.  

Correa, favorito para ser reelegido en primera vuelta el próximo domingo, reclama a la multitud apoyar unánimemente a sus aspirantes al Legislativo votando en «plancha», a lo cual éstos responden con vivas y alzando banderas verdes del movimiento Alianza País (AP).   

«Hay que dar un planchazo a la partidocracia, todo, todito 35 (la lista de AP)», añade el gobernante, para luego menear su cuerpo al ritmo de un jingle y lanzar besos a un grupo de mujeres, que a un lado del entablado grita cuando capta su mirada.  

«Es que aparte de ser inteligente y un verdadero líder, es guapo», exclama una simpatizante en un agudo intento por hacerse escuchar en medio de la algazara, cuyo protagonista es el presidente que desde el 15 de enero está con licencia y recorre el país para promocionar su candidatura y la de sus aliados.  

En el tramo final de su campaña, Santa Rosa fue una de las escalas durante su paso por la provincia de El Oro (suroeste), que empezó en Huaquillas (frontera con Perú) y terminó en la capital Machala bien entrada la noche, para cuando Correa ya casi no tenía voz pero no aflojaba el micrófono.  

«¡Compañeros, nadie se me baraja!», insiste el jefe de Estado, que se da tiempo para piropear a las orenses y amaga insistentemente con bailar al ritmo del estribillo «¡ya tenemos presidente!», al que los partidarios responden «¡tenemos a Rafael!», gestos que sus opositores evocan para tildarlo de populista.  

A sus pies, Bolívar Castro, de 70 años, manifiesta que hasta donde tiene memoria «es el primer gobierno que está con los pobres. Tengo una numerosa familia, 30, y todos votamos por Correa».  

Este campesino, con botas de trabajo enlodadas y que salió apurado de su finca en una población vecina para respaldar al mandatario, añade que éste «ha hecho bastante», especialmente carreteras que tienen al país «adelantando».  

«Quiero asegurar el futuro de mis descendientes, que tengan educación y salud gratuita, la posibilidad de ser profesionales; lo que yo no tuve», afirma Carlos Valarezo, que asistió al mitin con su esposa e hija, a la que lleva en una carreola adornada con un póster de Correa.  

En su discurso, el presidente -en el cargo desde enero de 2007 y cuya popularidad ronda el 70%- sostiene que sigue «recuperando la patria» y con orgullo señala que la transformación económica y social de Ecuador motivó el regreso de 50.000 emigrantes en 2012.  

«Seis años de revolución se demuestran con obras, la dignidad y la soberanía recuperadas», indica el jefe de Estado, al demandar el voto para lograr una mayoría parlamentaria con la promesa de impulsar reformas, entre las cuales una para que las amas de casa se beneficien de la seguridad social y puedan jubilarse.  

«Eso está bueno», opina un hombre, mientras Correa lanza: «Por fin tenemos un gobierno que se parece a su pueblo, un pueblo honesto, trabajador, patriota».  

El mandatario arenga durante una hora desde la tribuna, y clausura la reunión con voz desentonada por tantos discursos y haciendo ondear el símbolo tricolor ecuatoriano.  

Tras despedirse con el puño en alto, vuelve al ‘correamóvil’ para continuar con su trayecto. Rápidamente toma otro micrófono, y desde el camión que transporta grandes parlantes replica con un «gracias mamita» a una anciana que desde un balcón agita un pendón verde.  

Unos partidarios se apuran para perseguirle entre la nutrida caravana de vehículos que lo escolta. Otros se retiran por despejadas calles mostrando alegría y portando sobre el hombro los pabellones con los que minutos antes dieron forma a una marea verde.

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