Los hombres violan así que evádelos donde quiera que estés. Esa “orden” con la que su madre trató de cuidarla, logró que Patricia evitara una violación sexual pero la trastocó de estudiante brillante en deficiente. El temor la convirtió en una adolescente aislada, no solo de sus compañeros varones, de todo el curso, y la volvió temerosa, insegura.
“Era incapaz de preguntar cuando no entendía un tema de la clase, porque no quería que nadie reparara en mi presencia. Una vez el profesor de matemáticas llegó a mi pupitre para ver cómo iba con un ejercicio. Nunca había tenido un hombre tan cerca, sudé y temblé y todo el grupo lo notó”. Aunque ya es una adulta, todavía habla del episodio apenada.
Mas, gracias al apoyo de ese docente, pudo librarse de una carga que tanto la afectó en lo emocional y en lo académico.
Aunque la madre tuvo la más sana de las intenciones, el método despedazó por buen tiempo la vida de su hija. Igual daño causan las correcciones negativas y en público para que a los niños “les de vergüenza y enderecen su comportamiento”.
Recriminarles delante de parientes y vecinos y de modo humillante las malas calificaciones, la poca disciplina y hasta la falta de higiene personal, son acciones que marcan sus vidas, su desempeño, sobre todo en la escuela, donde pasan gran parte del día.
Por desgracia, casos como el de Patricia llegan con suma frecuencia al consultorio del orientador y neurosicólogo escolar Sergio Amparo.
“Siento que no hago nada bien. Es una expresión que escucho bastante. Al tratar con nuestros hijos debemos ser muy cuidadosos de no pedirles menos de lo que pueden dar, pero tampoco exigirles por encima de sus capacidades”. Con este consejo invita al equilibrio.
Alerta a los padres sobre el mal que generan en su afán de que los chicos hagan todo bien, o como esperan que lo hagan, y cuando no puedan, entonces sientan que son torpes, inútiles. Incluso algunos así les gritan, lo que podría traducirse en daño al autoestima, con todo lo que acarrea en tantos aspectos.
Para muchos la situación es tan insufrible, que prefieren estar en la escuela y no en su casa.
Lo que ha descubierto Amparo cuando les escucha es que sus papás no aceptan que piensen, que sean diferentes a lo que quieren que sean, a eso que han planeado para sus vidas.
Renuentes a entender que su prole ha crecido y que sus intereses han cambiado, los progenitores temen a esa realidad. El especialista lo atribuye a que ya no podrán manipularlos.
“Un adolescente piensa por sí mismo, está en pleno desarrollo de su propia personalidad e identidad, forma de ser y estilo”, explica, confiado en que los padres lograrán entender y manejar estos cambios de la forma más sana para sus vástagos y para todo el hogar.
Afecto, palabra clave. Cuando un muchacho vierte sobre el oído de este profesional su frustración porque siente que sus padres no lo quieren, no le manifiestan aprecio, la respuesta que recibe al contactarlos es que por el mal comportamiento no pueden mostrarle afecto, porque eso los retrataría permisivos y flojos.
Esta razón lo lleva a recordar que las muestras de cariño no deben estar condicionadas a la conducta, al contrario, muchas veces los berrinches son para buscar gestos de amor.
“Sé que si nos ocupamos de nuestros hijos es porque les amamos, pero no siempre eso es suficiente, debemos decirlo y demostrarlo. Es mas, darles afecto, es la forma idónea, para que cambien sus actitudes inapropiadas”, concluye.