Corroboro

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PEDRO GIL ITURBIDES
Deseo solidarizarme con dos planteamientos hechos ante la opinión pública nacional en horas recientes. Uno, el pedido de restitución del nombre del Dr. Carl T. George al hospital que él construyó en San Pedro de Macorís.

Otro, el de la defensa de la industria farmacéutica nacional. El editorialista de HOY escribe no sólo con sensatez sino con espíritu de justicia al resaltar la obra del famoso médico alemán. Las asociaciones de empresarios que pugnan mediante un comunicado público por la industria farmacéutica dominicana, también actúan por justicia.

El doctor George bautizó con el nombre de san Antonio de Padua la obra que levantó. Nadie, sin embargo, iba al hospital san Antonio, aunque era allí a donde llegaban. Los afectados iban, por su iniciativa o referidos por médicos, donde el doctor George. Pese a lo aparentemente hosco de su carácter teutón, se le tenía confianza absoluta.

Poco después de su muerte, el Congreso Nacional consagró con el nombre del eminente médico, ese primer hospital ortopédico del país. Era un hospital general, pero su dueño se especializó, creo que él mismo, en traumatología ósea. De manera que sin que mediase una designación especial, allí encontró el país un consagrado ortopeda, que formó la primera generación de médicos dominicanos de esa especialidad.

Durante su vida, las instalaciones exhibían las letras metálicas con la nominación que le diera su fundador al nosocomio. Después que mediante una ley se le rindiera homenaje de recordación, el hospital ostentó el nombre del Dr. George. ¿Qué factores de nuestros días determinan que olvidemos al doctor George? ¿Será ese rasgo del carácter nacional que don Federico Henríquez y Carvajal denostó en el entierro de Eugenio Deschamps hace un siglo?

Somos, sin duda, pueblo extraño. Ahora mismo propugnan algunos economistas nacionales, porque el país se acoja a requerimientos de algunas industrias de la farmacopea extranjera. El paso impediría que nuestra industria farmacéutica aproveche sustancias químicas cuya patente de invención están vencidas, para la producción local de fármacos. Fruto del escarceo sobrevenido a las encontradas posturas, deduzco que de acogernos a ese pedido condenaríamos a las industrias locales al cierre.

Por ello quizá, las asociaciones que han publicado el comunicado de defensa de las farmacéuticas nacionales, han sido sucintas en el planteamiento, pero elocuentes en lo expuesto. Después de todo, si el Gobierno Dominicano cede, este sería el primer paso para la liquidación de todo el aparato productivo nacional. En lo adelante, tal cual lo hemos dicho en otras ocasiones, estaríamos destinados a cumplir el papel de simples sirvientes de grandes potencias.

Salvar de las garras de farmacéuticas internacionales la incipiente industria del ramo, es un deber de todos. Pero tiene que comenzar, como lo plantean en su comunicado las catorce asociaciones de industriales, por impedir que aceptemos imposiciones en el marco del tratado de libre comercio. El convenio, como todo acuerdo, debe ser un contrato de dos vías.

Si el embudo únicamente funciona con la embocadura hacia el norte, es preferible quedarnos al margen del dichoso tratado.

Tal vez convenga repetir lo que tantas veces he dicho de Dwigth David Eisenhower respecto del proteccionismo. En el curso del primero de los dos cuatrienios en que ocupó la Presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, debió enfrentar un rancio sentimiento mercantilista. Al principio se escabuyó a las presiones de los sectores que, habiéndolo apoyado, lo entendían comprometido con sus ideas. Mas no pudo rehuirlos por tiempo indefinido, decidiéndose por enfrentarlos.

Pero no los combatió, conforme cuenta en el segundo tomo de “Mis años en la Casa Blanca”. Les habló de un tiempo en que ellos vendían todo cuanto produjesen sin comprar nada a cambio. Llegará un instante, aseguró, en que, agotados los recursos de los compradores, se encontrarán incapacitados para adquirir nuevos productos. ¿Qué haremos?, les preguntó Eisenhower. Esta insoslayable realidad permitió que un período de amplias relaciones comerciales se cumpliese, para satisfacción de las partes.

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