La corrupción, más que un concepto abstracto, es un monstruo que afecta al país en todos los niveles de su vida institucional, lesionando las finanzas públicas, la educación, la salud y la oportunidad de desarrollo y progreso de los pueblos.

En el aspecto moral, tiene, al igual que el narcotráfico, el efecto negativo de convertirse en paradigma para las masas carentes de formación en valores, cuyos miembros tratan de ascender económica y socialmente por esta vía.

Al lesionar las finanzas públicas, impide que los gobiernos puedan disponer de fondos suficientes para cubrir las grandes necesidades, como la alimentación y empleos de los más pobres.

Aunque no es fácil determinar el monto que distrae la corrupción, es evidente que representa sumas considerables, dadas las fortunas que exhiben muchos funcionarios que llegaron pobres a la administración pública.

En el año 1996, el entonces aspirante a la Presidencia de la República, doctor Leonel Fernández Reyna, denunció que la corrupción se quedaba con el 30 por ciento del presupuesto de la nación.

Suponiendo que esa proporción se mantenga, estaríamos hablando de más de 180 mil millones de pesos que irían, en el 2015, a manos de los funcionarios corruptos.

Aunque es justo reconocer los esfuerzos del presidente Danilo Medina en combatir la corrupción, creando las comisiones de veedurías ciudadanas en los distintos ministerios, y haciendo cumplir la ley de compras y contrataciones públicas.

Sin embargo, es tan temeraria la corrupción que hasta el mismo presidente tuvo que denunciar la presión que recibe de algunos allegados que pretenden volver a la vieja práctica de negociar los permisos de importación de rubros agrícolas en perjuicio del productor criollo.