El clientelismo como fenómeno socio-político es conocido en las ciencias sociales como fenómeno de gran presencia en nuestras sociedades subdesarrolladas desde hace muchas décadas. Mario Bonetti realizó un importante aporte sobre el tema con su tesis doctoral, esclareciendo mecanismos de ligazón y de dominación y lealtad entre patrón y cliente.
Este clientelismo sociopolítico permea nuestra sociedad y la estabiliza desde la cúspide del poder hasta los inquilinos de los barrios más remotos, y opera en diversas esferas de la administración y las organizaciones del Estado. Y es un mecanismo de creación de lealtades y de candidaturas de los partidos políticos, pero también es parte de las relaciones informales en todas las esferas de nuestras sociedades. En gran medida, se trata también de las relaciones afectivas por las cuales la vida se hace más llevadera y a menudo el único medio de supervivencia y la única razón de vivir para muchas gentes.
El barrio es fundamentalmente un centro que funciona mediante esos mecanismos, y en estos, los pobres se las buscan con las labores de chiripeo, esto es, la realización de tareas y servicios a los vecinos, principalmente a aquellos que están vinculados a los mecanismos de producción de los sectores formales de la economía y la administración del Estado.
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Pero en muchos casos, el barrio suele ser un mecanismo extremo de pobreza y mal vivir, en medio del desorden ambiental, la deficiencia enorme de los servicios públicos y la ausencia total de agentes del orden.
Las callejuelas sin pavimento o llenas de baches y cañadas malolientes, abarrotadas de chatarras abandonadas que congestionan el tránsito al extremo de convertirse en callejones sin salida, en el sentido factual de la palabra.
El clientelismo, pero de modo muy especial, la fe cristiana que predomina en nuestra sociedad y es, aunque no se suele reconocer su importancia, estabilizadora y de paz y convivencia, la cual viene a ser, en definitiva, el mayor factor de estabilización de nuestros barrios bajos y de y clases medias; y que también está, bastante a menudo en los niveles más altos de nuestra sociedad. El tigueraje, el ruido y el desorden de circulación y en el uso arbitrario y abusivo de jefecitos y grupitos apandillados campean sacando pecho por las veredas (no hay aceras); o en sus motos sin silenciador hacen ruidos infernales transitando o traficando a cualquier hora, de día o de noche, mientras los vecinos saben que es inútil y peligroso llamar a la Policía.
En todos nuestros barrios están esas casas de paupérrima apariencia con enormes letreros: “Casa de Jehová”, “Cristo Salvador” y tantísimos títulos que ofrecen consuelo y ayuda espiritual ante el desamparo, el desorden y la pobreza.
En ocasiones, algo mejor construido y más formal, un templo católico. Porque el cristianismo no católico se suele parecer a la marginalidad, la informalidad y pobreza, con rituales sencillos o escasos y la palabra revelada en un lenguaje sencillo, aunque a menudo a merced de interpretaciones no muy católicas, pero que el pueblo espera como mensaje de esperanza, por lo menos para otras formas de vida, acaso migrar a Estados Unidos o Europa, o aunque sea en otra vida y otro mundo.
Puesto que no pueden revelarse, temen a las mafias y al tigueraje y a la Policía y a Dios.